Varias veces me he imaginado escribiendo una columna sobre Mario Vargas Llosa y su Nobel de Literatura. En alguna de aquellas ocasiones pensé que sería divertido recordar las palabras que aprendí leyendo libros suyos y que ahora son talismanes a los que recurro cuando quiero escribir pero no sé cómo hacerlo. Club Regatas, exangue, frenología y sertón son algunas de ellas. Solo tengo que borronearlas por unos minutos para recobrar la temeridad que se necesita para inventar historias con palabras.
Alguna otra vez me imaginé escribiendo sobre mi empeño obsesivo por encontrar semejanzas entre la vida del Nobel peruano y la mía. Por ejemplo, me imaginé escribiendo largamente sobre la emoción que sentí cuando supe que su segundo hijo se llama Gonzalo y que su abuela era Zenobia Maldonado. O que describía una foto que me hice con él cuando estuvo en Quito; o que explicaba por qué me gusta hojear un libro suyo autografiado que dice ‘Para Gonzalo Maldonado, con un abrazo. MVLL’.
En otra ocasión pensé que cuando Vargas Llosa ganara el Nobel sería importante hablar sobre los libros y los autores que hemos conocido gracias a él. Nathalie Sarraute, César Moro y Restif de la Bretonne son algunos escritores que tal vez nunca hubiesen llegado a nuestros ojos si no hubiera sido por las reseñas -amenas y penetrantes- que Vargas Llosa hiciera de ellos. Y qué decir de los ensayos que el escritor peruano dedicó a pensadores como Sartre, Camus, Berlin o Revel. Solo por estos trabajos, la deuda intelectual que tenemos con Vargas Llosa es gigantesca e impagable.
¿Qué palabras debemos escoger ahora que finalmente ha ganado el tan esperado Nobel de Literatura? Lo que hay que decir ahora, lo que es imprescindible subrayar es que este Nobel es un homenaje a la inteligencia luminosa de un autor que nos ha demostrado incesantemente que escribir no es un acto superficial ni fallido sino que, por el contrario, uno puede cambiar el mundo escribiendo palabras y que los escritores estamos llamados a poner nombre a las cosas con nuestros propios términos.
El Nobel ha sido concedido a un autor que asegura que, aunque no puedan ser vistas ni palpadas, las ideas son la fuerza más poderosa que existe en este mundo porque pueden paralizarnos o llevarnos a la acción, porque son capaces de entrar en nuestra cabeza y alterar radicalmente nuestra forma de ver la realidad. Por esto, la batalla de las ideas es la más noble y la más trascendente.
Y la mejor forma de librar esa batalla es con un papel y un lápiz, escribiendo palabras de la forma más verdadera e inteligente de la que uno sea capaz. Eso nos dice Mario Vargas Llosa todos los días, en cada reglón de su obra tan variada como portentosa.