No parece trascendente referirse al Julián Assange, cuya extradición a Suecia ha sido decidida por la justicia británica, para que enfrente cargos por supuestos delitos sexuales. Es más interesante el Julián Assange ciberpirata, portavoz de Wikileaks, pues es llamativo el modo en el que ha calado en el entorno de la “revolución ciudadana”. Esa relación pone de manifiesto las inconsistencias del discurso gubernamental sobre la información.
En noviembre del 2010, al entonces vicecanciller Lucas le pareció una gran idea ofrecerle la residencia, pues a su juicio el australiano era el modelo de otro tipo de investigación periodística. Hace unos días, el presidente Correa aceptó que Assange lo entrevistara en su programa ‘El mundo del mañana’. Al final, Correa le dio a su entrevistador la bienvenida al club de los perseguidos…
Para unos, Assange es un luchador por la libre información. Para otros, es alguien que obtiene información ilegalmente, y en su camino compromete a inocentes. De hecho, sus revelaciones han servido para descubrir crímenes extrajudiciales en Kenia. Es célebre también su filtración de cables de la Diplomacia estadounidense, que en el caso ecuatoriano impactaron en las relaciones bilaterales. Ahora esos cables han sido retomados por el periodismo oficial que, a diferencia de lo que hicieron medios serios, no contrastó las informaciones antes de publicarlas.
Y ahí está el meollo del asunto: Wikileaks no es periodismo en sí mismo, es fuente de una información en muchos casos reservada que se difunde con la ayuda de informantes que corren riesgos, como Bradley Manning, el soldado estadounidense acusado de filtrar miles de documentos clasificados y que puede enfrentar la cadena perpetua.
¿Cómo ve Assange su propio trabajo? Se puede deducir de su afirmación de que Wikileaks ha publicado más documentos clasificados que toda la prensa mundial. Según él, este hecho muestra el alarmante estado del resto de medios. “¿Cómo es que un equipo de cinco personas ha llegado a mostrarle al público la información más reprimida, a ese nivel, que el resto de la prensa mundial junta?”, pregunta. La diferencia es que la prensa debe usar métodos lícitos y, sobre todo, contrastar.
Se entiende que el lado de Assange que le fascina al Gobierno es el del luchador por la “libertad de información”. Eso querría decir que es proclive a transparentar información, lo cual no sucede en la vida real. El Gobierno ni siquiera responde a las peticiones basadas en la llamada Ley de Acceso a la Información.
Le ha negado, por ejemplo, a El Universo decenas de veces el recurso, y no sobre asuntos del calado de los que revela Assange. La última negativa es del Banco Nacional de Fomento frente a la investigación de ese diario sobre los posibles vínculos de familiares del Secretario de Comunicación con una empresa de transporte favorecida por esa entidad. ¿Qué diría el amigo Assange?