‘Paz es tener suficiente pizza en el mundo para todos”, dice Todd Parr en un libro que mis hijos se saben de memoria. Será que a veces hace falta recurrir a la literatura infantil para comprender ciertas cosas. Y es que hoy en día cualquiera que habla acerca de construir la paz es etiquetado como soñador, o, en el mejor de los casos, como idealista. El pesimismo en nuestro país está de moda.
No hay nada dado. Se va dando. No hay camino. Se hace. La paz o la guerra no son necesariamente el único destino.
Toda esa violencia de que somos testigos no es natural ni normal. Es lo que hemos construido desde hace décadas cada vez que no pagamos un impuesto o que compramos un boleto en reventa. Cada vez que adquirimos un DVD pirata o que ‘agilizamos’ el trámite por la vía rápida. Y nos quejamos, alimentando con nuestra queja el círculo comunicativo pesimista. Los medios, siempre olfateando el ‘rating’, nos brindan el tipo de noticias que les pedimos. La mala noticia sobre el constructivismo social es que nos coloca, implícitamente, ante una situación incómoda. Si los hechos no están dados, sino que se van dando, luego entonces, siempre hay alternativas para resolver las cosas. Si la guerra no es el destino del hombre, sino el producto de una construcción social en permanente movimiento, entonces la paz tampoco es imposible; pero necesario construirla.
Las características de la problemática deben ser abordadas desde múltiples ángulos y dimensiones, tales como la perspectiva económica, social, política, o la cultural. Pero todas tienen un punto de partida. Y ese consiste en la convicción de cada uno de nosotros de que la recuperación de la paz social en nuestra nación no es imposible, y que por tanto, compartimos un pedazo de responsabilidad en su permanente construcción. No es una labor de pocos días. Lástima, sería lindo. Precisamente por ello es necesario que toda la sociedad trabaje en esa dirección, en apoyo a los muchos que ya están haciendo algo.
Los políticos deben entender que se trata de la permanencia del Estado como eje regulador y rector de la convivencia social, o la continua cesión de poder hacia esferas no institucionales que cada vez más le roban el monopolio de la fuerza. La capacidad de escuchar y de ver en su ‘otro’ alternativas para salir adelante, se debe manifestar en su grandeza: esa será su mejor paga.
Los empresarios deben saber que el peligro radica no en el México rojo de los AK-47, sino en el México desigual que no abre puertas al progreso de la gran mayoría de sus ciudadanos; que en un país así sus ganancias nunca se encontrarán seguras. La sociedad debe tener claro que el enemigo no está en Juárez, sino en la propia casa. El detalle se encuentra en esa cotidianidad que a veces no encaramos .