México ajustó su reloj el domingo 1, retrasándolo 70 años atrás. Esta es una broma que circula en ese país a propósito del regreso del PRI a la Presidencia. Pero la realidad es muy diferente.
Argumentar que votar por el PRI era pedir el retorno del autoritarismo fue un cuento de ciertos políticos y de observadores poco precavidos, igual que aquel de que las televisoras imponen presidentes y que el electo Enrique Peña era solo un muñeco de la mercadotecnia.
También fue un cuento asegurar que el movimiento de jóvenes ‘132’ era impoluto o que el candidato del izquierdista PRD, más conservador y falso de lo que se imagina, había sido perjudicado por un proceso inequitativo.
El país azteca, gobernado desde 1929 a 2000 por el PRI, y desde entonces por el conservador PAN, no está optando por un regreso al autoritarismo o la corrupción política. Peña, quien asumirá en diciembre, es sobre todo un pragmático que tiene tras de sí correligionarios jóvenes y capaces. Ciertamente también están los viejos mañosos y de dudosa ética.
Pero ya nada es como antes, México ha cambiado y mucho: hay fuerzas políticas de gran vitalidad, varios distritos son gobernados por PAN y muchos más por el PRD, hay una sociedad civil participativa, debate intenso, medios de comunicación libres y diversos, un legislativo fraccionado y una corte suprema de justicia independiente. Hay contrapesos.
Es verdad que la undécima economía del mundo tiene graves problemas de violencia, poderes fácticos y monopolios económicos, pero también se trata de un país efervescente, industrializado, de gran producción intelectual y de una cultura imponente. El pasado no regresa con Peña, lo que viene es un futuro complejo en el que el PRI, PAN y PRD demostrarán hasta dónde son capaces de concertar y concretar sus discursos de desarrollo, justicia y equidad. Peña tendrá la Presidencia, pero no todo el poder.
Para quienes ejercimos el periodismo en México y fuimos testigos de la progresiva retirada del PRI –que venía dándose desde mediados de los años 90– la elección presidencial dejó en claro que el país azteca mira hacia adelante y derriba mitos, entre ellos que el PRI estaba muerto y que Peña era el candidato de las televisoras Azteca y Televisa. Según un reporte de la UNAM, esas empresas dieron igual tiempo y trato a todos los contendientes.
Otro mito derrumbado es que Peña era solo un maniquí de buen ver, cuando en debates y momentos difíciles dio muestras de que tiene más que cuatro dedos de frente. Algo más que se desvirtuó es que el movimiento estudiantil ‘132’ era de tal fortaleza y novedad que derribaría a Peña. Lo cierto es que su cúpula fue cooptada por el perdedor, el izquierdista Andrés López Obrador.
Regresó el PRI, cierto, pero no el pasado.