A estas alturas, el debate sobre el Metro de Quito que generan sus protagonistas (concejales, exconcejales, autoridades y exautoridades municipales) tiene poca sustancia, está lleno de quejas y acusaciones. Es decir, son contenidos que no aportan a entender el estado en que está el proyecto y su proceso ni se mencionan alternativas concretas para conseguir financiamiento de, por ejemplo, los USD 500 millones no contemplados en el precio inicial.
Se habla mucho de todo y poco de lo sustancial, de las acciones que conlleven a concretar este proyecto como es la aspiración de muchos quiteños, de aquellos habitantes a quienes se les “ilusionó” con un transporte moderno y rápido, incluso, invitándole a ingresar en inflables que se colocaron en plazas de la ciudad, para que vean cómo será este transporte. Los inmensos carteles por toda la ciudad complementaron la estrategia de comunicación, lamentablemente, en un tiempo que olía a elecciones.
El contenido de los debates, de los anuncios, de las revelaciones son los mismos, son reiterativos vengan de donde vengan . Lo que cambia es la dirección del dedo acusador señalando responsabilidades, ineficiencias e inacciones, tanto para la actual administración como para la anterior: el eterno tercemundista pimpón político.
Es un toma y daca innecesario que cae en tierra infértil, que no aporta, que tiene a un proyecto menos que a medias, con dos modernas estaciones que se volvieron elefantes blancos, a la espera de que se dé el milagro: que los 21 ediles, las actuales y anteriores autoridades y municipales sumen, aporten, consensuen para que el proyecto se concrete. Ya es hora. Quito se lo merece. Es hora de dejar de lado, por lo menos en este proyecto, los nocivos cálculos políticos que no son buenos para nadie.
Por fuera, como a la espera, como mirando los toros de lejos, está otro protagonista que también tiene una vela grande (con tamaño de cirio) en este entierro: el Gobierno Nacional con su inamovible, indiferente, intocable y etéreo 50% de financiamiento.