Esta es, sin duda, una muy buena consigna. ¿quién no va a preocuparse por el peligro de que los niños se dañen para siempre con una educación deformante? ¿O de que reciban mensajes que los induzcan a violar convicciones éticas o religiosas? ¿Quién puede negar a los padres el derecho y la obligación de educar a sus hijos?
Pero, para ser serios, también deberíamos preguntarnos: ¿será por ello correcta la campaña que se ha levantado con esa consigna en nuestro país? ¿Se estará, con ella garantizando la libertad de educación y los derechos de los menores? Consideremos este asunto.
Uno de los principales objetivos de la campaña es conseguir que no se dé educación sexual en los establecimientos educativos públicos y particulares. Se argumenta que con ella se incita a una iniciación prematura de la temprana juventud en la vida sexual, que se fomenta la promiscuidad, que se promueve el aborto, que hasta se fomenta el uso de drogas o de desobediencia a los padres.
Pero eso es falso. No hay en los planes y programas educativos o en los textos nada de eso.
Desde luego que los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos y que la familia es la primera formadora. Pero también es verdad que el Estado tiene la obligación de garantizar la educación de todas las personas, de ofrecer una educación pública laica y gratuita, de hacerlo en forma científica, de establecer los planes y programas educativos para todo el sistema, y de controlar que los establecimientos particulares los cumplan.
Por otro lado, es evidente que una parte esencial del proceso educativo es ofrecer información clara y precisa, sobre todo en temas complejos como la sexualidad, en el marco de los principios éticos y respetando las diversas creencias. Dejar de hacerlo perjudica a los educandos.
Las autoridades del Estado tienen la obligación de incluir en los planes y programas educativos contenidos claros de educación sexual que informen y prevengan, de acuerdo con la edad y el nivel de desarrollo de los educandos, en el marco de una formación sólida en valores. Pensar que eso pueden hacer los padres de familia es un garrafal error, de buena o mala fe. Es una tarea urgente desarrollar mejor los contenidos de educación sexual, ponerlos a discusión, consensuarlos y aplicarlos con un gran esfuerzo de capacitación de docentes.
Tal como está planteada, la campaña “no te metas con mis hijos” no es para defender derechos. Es para imponer, a base del miedo y la desinformación, la visión de grupos absolutamente minoritarios, católicos y evangélicos, que pugnan por mantener el oscurantismo. Militantes de sectas reaccionarias y pastores fanáticos no nos representan a nosotros, ni a nuestras familias, ni a nuestros hijos y nietos, que merecen total respeto y una buena educación.