Somos ciudadanos comunes sin apoyo especial de instituciones que deberían servir a un país sin hacer diferencias. No tenemos poderes especiales. Si cometiéramos un error, ¿cómo actuaríamos? ¿Podríamos perdonar sin olvidar? ¿Cuál sería, entonces, la intención del perdón? ¿Qué significado tienen perdón u olvido?
En los actos diarios cometemos y sufrimos, la mayoría de veces sin comprenderlas como tal, injurias, golpes bajos, molestias, traiciones… Pero somos seres comunes que no nos hemos expuesto conscientemente, a través de la política, al ojo público, a que nuestros secretos más profundos sean descubiertos, a que nos adoren u odien, nos sigan o persigan. Cuando entramos en ese mundo de la exposición pública, al igual que en el mundo de las artes o el simple hecho de escribir opinión, nos exponemos ante el resto.
Lo mismo sucede, en dimensión diferente, cuando conformamos una pareja, formamos una familia o somos parte de una comunidad. No siempre compartirán nuestras ideas e ideales. Pero, por obligación, practicamos el respeto, la tolerancia y la automesura. Nuestros actos, palabras incluidas, se someten a una ética personal o profesional, toda acción tiene una consecuencia y son nuestra responsabilidad. Inclusive, podríamos afirmar que “pagaremos”, tarde o temprano, por todas y cada una de ellas.
Como ejemplo, cuando nuestros hijos cometen un error, los ayudamos a reconocerlo como tal y los perdonamos, aleccionándolos para que no vuelva a suceder. Si nos traicionan, perdonar no es fácil; pero si es nuestra decisión, interiorizaremos lo sucedido como una lección de vida, pero en la teoría y en la práctica, aparte de la enseñanza que queda, olvidamos.
La intención del perdón es olvidar. Aún más si con palabras o acciones se da pie a un desacuerdo, un mal entendido e inclusive a una merecida crítica o reprimenda por quienes, naturalmente, son nuestros medidores u opositores; termómetros de nuestras actitudes o dichos, si por decisión propia permitimos que todos puedan ser jueces al convertirnos en personas públicas.
Tan famosa como puede ser la frase “perdón sin olvido”, hay otra muy válida para esta época que vivimos en la que la imagen del país ha sido lastimada y el principio más importante, el de la libertad de expresión, está claramente comprometido y sin pronta solución: “Mientras más sabio es un hombre, más perdona”.
El mandatario de una nación, debe, además de ser cauto con sus expresiones y sus acciones, demostrar su sabiduría, perdonando palabras que tienen derecho a ser, porque no todos pueden estar de acuerdo con él, sin comprometer a una nación ni a las libertades innatas del humano y no olvidar que no se puede ser ciudadano, sintiéndose lastimado por opiniones, pero actuar con los poderes de un presidente sin mesura.