La huella de los tiempos parece llegar, aunque con retraso, a la isla de Cuba.
La tercera visita de un Papa católico y el nuevo momento entre Washington y La Habana dicen mucho.
Es verdad que algunas de las expectativas cifradas en el mensaje del papa Francisco quedaron frustradas. Un hecho que recogió la prensa mundial fue la falta sensible de un encuentro entre el sucesor de Pedro y la disidencia cubana y los arrestos de varias personas que se aprestaban a protestar.
En eso queda mucho camino por andar. Cierto es que la formalidad del mundo diplomático a la que no escapa la diplomacia vaticana, cuida de malos momentos no solo para el ilustre visitante sino para el anfitrión.
En Quito se vivió la selección minuciosa de los asistentes a algunos de los encuentros papales, como para no molestar al poder con el tema de las libertades amenazadas.
La visita de Juan Pablo II tuvo un momento culminante cuando el Papa polaco pidió ‘que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba’. Entonces , la cercana caída del Muro de Berlín nos engañó a muchos con cambios que tardaron, y todavía tardan, demasiado tiempo en llegar.
El tema político no estuvo en la agenda pública, aunque la foto de rigor de un anciano Fidel con un trotador de marca de por medio, recibiendo al romano Pontífice, circuló en todo el planeta. La presunción del tratamiento del tema, con las precauciones del caso, abre camino a muchas conjeturas, toda vez que el Santo Padre motivó el nuevo período de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.
Algunas analistas bien informados han señalado que los cambios se adelantarán pronto. Más allá de la apertura de las embajadas y la instalación de los embajadores, la cercana celebración de un Congreso del partido Comunista de Cuba en abril, abriga la esperanza de cambios más profundos.
Algunas de esas líneas podrían trazarse en la naturaleza de los negocios privados y emprendimientos que pululan, alentados, todavía con un tono muy conservador, desde el poder político mismo en la isla.
Se habla de una ley de medios (ojalá no sea un esperpento como el que se aprobó en el Ecuador en la Ley de Comunicación). Hay que aflojar amarras en pos de una de las libertades fundamentales lastimadas por años en la isla: la libre expresión.
Asimismo, la insistencia cubana legítima por el fin del bloqueo – embargo, como se lo llama en Estados Unidos – merece el espacio adecuado en la potencia del norte. Las dificultades evidentes en un Congreso con mayoría republicana no obstan para que este sea un punto fundamental en la normalización de las relaciones y una clave esencial de apertura y cambio futuro.
Mientras Cuba trabaja en las nuevas señales, desde su imagen misma -Raúl Castro en guayabera y sin uniforme militar da un espaldarazo a la paz en Colombia- , enquistados en grupos académicos y hasta políticos de nuestros lares todavía defienden un discurso anacrónico, cuyo epílogo se escribe sin su consentimiento.