La crisis se viene, dicen los “contadores” que monitorean la economía nacional; lo mismo dicen los empresarios y los banqueros. Estudian las causas de la crisis y proponen remedios.
No existe ninguna crisis, dice la revolución ciudadana y, para probarlo, sigue gastando más de lo que tiene. Para mantener el dispendio estatal necesita recaudar y si no hay recaudación tiene que apelar a la confiscación y al endeudamiento.
Los mensajes están cruzados. Los banqueros y los empresarios deberían ser los interesados en ocultar la crisis porque el éxito de sus actividades depende de que haya confianza en el mercado.
El Gobierno, en cambio, debería ser el que detecte los síntomas de la crisis, revele las cifras con exactitud y oportunidad y proponga los remedios; para eso fue elegido. Los mensajes están cruzados porque no coinciden los objetivos y las estrategias de unos y otros.
Los empresarios creen que la pobreza se reduce generando empleos, fomentando la iniciativa privada y las inversiones productivas. Que la competitividad y la productividad son necesarias para conquistar mercados. Que hay que eliminar la corrupción, la evasión de impuestos y los fanatismos ideológicos.
La revolución ciudadana cree que la riqueza es mal habida, que los empresarios han heredado o han robado y que le corresponde al Estado confiscar la riqueza y repartirla para establecer equidad y justicia en la sociedad. Que el monopolio privado es malo pero el monopolio estatal es bueno; que no debe prevalecer el mercado sino la ideología.
La revolución ciudadana movilizó a la gente en contra del liderazgo civil: empresarios, trabajadores, gremios, medios, campesinos, estudiantes. Ahora es el liderazgo civil el que moviliza a la gente en contra de la revolución ciudadana.
También en la representatividad están cruzados los mensajes. Los que fueron elegidos para representar a los electores, para fiscalizar por ellos, para reclamar por ellos, se han sometido a la ideología de la revolución y es el liderazgo civil el que representa a los electores y está con ellos en las calles.
El Gobierno está solo y su mensaje está cruzado con el de la protesta callejera. Las propuestas de la revolución ya no son aceptables; vienen en píldoras doradas como impuestos solo a los ricos, diálogo solo con los de buena fe. Acuerdo ético político solo con los que no mienten.
El aparato publicitario se ha derrumbado y es objeto de mofa. La revolución ciudadana está sin salida.
La crisis se viene, como advirtieron los contadores, y la gente preguntará por los culpables y no aceptará que le digan que son “los mismos de siempre”, “la partidocracia”, la CIA o el imperialismo; como si no hubieran gobernado por ocho años con todos los poderes y todos los recursos.
La única alternativa es la vieja receta cristiana: confesión, arrepentimiento y propósito de enmienda.
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