Una vez que ha pasado, en parte, el fervor y la emoción que provocó la visita del papa Francisco al Ecuador, es posible realizar una primera reflexión . Una afirmación, bastante obvia por cierto, es que su carisma (en el sentido laico) conmovió a muchas personas, incluso a quienes se habían mantenido en una actitud indiferente, sea por cuestiones de carácter religioso/ideológico, por el contexto previo de movilización social y protestas o por la sensación que el régimen usaba (o quería usar) la imagen del Papa con fines políticos.
Rápidamente, el fervor religioso, sumado a la espontaneidad del ilustre visitante, dejó de lado el debate político entre la mayoría de la población, que si bien no desapareció, pasó a un segundo plano. Esto no significa que su presencia no haya tenido un impacto político, esto quedó claro en el debate que se escenificó en las redes sociales, en el manejo noticioso y editorial de varios medios del oficialismo y, en menor medida, en los medios privados.
Para el Presidente, parte del mensaje papal a su arribo (“este pueblo que se ha puesto de pie con dignidad”) era una alusión a la revolución ciudadana; para la oposición, esto fue una referencia a las protestas contra el régimen. El mensaje de redistribución de la riqueza se interpretó como un aval implícito a las posibles reformas legales a la herencia y la plusvalía. La referencia a la explotación de los recursos naturales se ha leído como un guiño al movimiento ecologista que se opone a la minería y a la explotación petrolera en el Yasuní. La referencia a la inclusión educativa se entendió como una espaldarazo al programa de mejora de la educación superior y de becas del régimen. Así se podría seguir citando diversas interpretaciones a las palabras del papa Francisco y encontrando rechazo o apoyo a los diferentes sectores.
Más allá de las interpretaciones interesadas, de lado y lado, el Estado ecuatoriano es constitucionalmente laico, por lo que debe mantenerse neutralidad frente a las preferencias espirituales o religiosas de los individuos. Esto implica que ninguna norma o política pública puede emitirse teniendo como sustento lo religioso. Es una obligación general defender el carácter democrático del Estado, que incluye a lo electoral pero fundamentalmente la diversidad de enfoques presentes en la sociedad. Esto exige que se construyan las respuestas a los temas de interés general a partir de un debate plural incompatible con la idea de que existen ‘dueños de la verdad’. Las personas son más importante que el Estado, este tiene un papel subsidiario; por ello, toda medida debe enmarcarse en el respeto a los derechos de todos, por esto no tienen ya cabida normas autoritarias o visiones totalitarias.
Las dos últimas ideas estuvieron presentes en el mensaje papal, un mensaje que solo el tiempo permitirá saber cuánto caló en el mundo político, en general en nuestra sociedad. Por la primera reacción presidencial daría la sensación que únicamente quedó lo que coincide con sus intereses, parecería que lo demás sobró y cuando el discurso era crítico se refería otros o al pasado.
@farithsimon