Definitivamente nunca entenderé a las personas que ponen asuntos ideológicos por encima del talento humano. La reflexión surge del concierto que ofreció recientemente en la Casa de la Música la Orquesta de Cámara de Israel, dirigida por el maestro Yoav Talmi.
Como todo gran maestro, Talmi se presentó con un repertorio clásico de primer nivel, donde resaltó en la parte final del programa la Sinfonía N° 4 en La mayor, conocida también como ‘Italiana’, compuesta por Félix Mendelssohn-Bartholdy durante una visita a Roma en la década de los años treinta del siglo XIX.
Mendelssohn nació en Alemania en el seno de una familia judía muy tradicional. Con la llegada al poder del nazismo, comenzó la más cruel persecución que derivó en un holocausto.
El fanatismo fue tan grande, que incluso persiguieron valores culturales, como por ejemplo la música creada por Mendelssohn. Las partituras, al igual que muchos libros, fueron quemadas en hogueras públicas.
La obra del compositor, fallecido un siglo antes de la llegada al poder del fanático Adolf Hitler, fue perseguida por ser escrita por el músico de origen judío, sin que se valorara su aporte. Hitler tenía un compositor favorito, también nacido en Alemania, pero ario. Era Richard Wagner, uno de los mayores compositores operísticos de la humanidad.
Las orquestas de entonces no podían tocar música de Mendelssohn y el tirano se deleitaba con un repertorio elaborado a su gusto, en el cual Wagner tenía la máxima prioridad. Por ese hecho, muchos detestan la música wagneriana, sin siquiera conocerla.
Es verdad que la ópera italiana es la más conocida por su belleza escénica, también por lo festivo de su contenido. La alemana, especialmente la de Wagner, es mucho más dramática, de entonaciones fuertes. Ambas tienen calidad, la una no excluye a la otra.
Entre las óperas más conocidas de Wagner figuran ‘Valquirias’, ‘Tristán e Isolda’, ‘El oro del Rin’ y ‘El holandés errante’. Pero la obra de este compositor es vasta. En lo personal, ‘Tannhauser’ llena todas mis expectativas operísticas.
Hace justo una semana la orquesta israelita tuvo una presentación majestuosa en Quito. El público que asistió a la Casa de la Música se deleitó con el repertorio, que incluyó también el Concierto para piano N° 2 con el solista Alon Goldstein, un pianista que en un bis sorprendió con una pieza de Ginastera.
El director Talmi estrenó en Ecuador su obra ‘Elegía’, para cuerdas, timbales y acordeón, obra inspirada en una visita al campo de concentración de Dachau, Alemania, en 1997. Llama la atención un acordeón en medio de una orquesta, sin embargo el acoplamiento es perfecto. El respeto a la diversidad de criterios es la esencia de la sociedad.