Hasta hace un par de décadas, la fotografía era patrimonio familiar con la que las generaciones reconstruían sus memorias una y otra vez. La creación de fototecas del Banco Central en diversas ciudades dieron un campanazo, la fotografía también era parte del gran conglomerado patrimonial. Se creó un Taller Visual, un magno esfuerzo privado en manos de Lucía Chiriboga y Silvana Caparrini, se publicaron algunos importantes libros que develaban imágenes delatoras de la colonización de nuestro oriente. Surgieron muy buenos fotógrafos contemporáneos y lugares que auspiciaron importantes muestras, Art Forum en su momento acogió la labor de gente como Judy Bustamante, Pepe Avilés o Marcela García. El Pobre Diablo hizo lo propio. Se creó en Quito el mes de la fotografía. Distintas orientaciones, distintas dimensiones empezaron a cimentar la importancia de este medio como herramientas de la memoria o como propuestas artísticas ultra contemporáneas.
En campo fértil se lanza el libro “Viaje a la memoria. Cuenca: su historia fotográfica” de Felipe Díaz Heredia (Municipalidad de Cuenca, 2009). Este trabajo no solo que refleja la pasión del autor por su tema, su capacidad investigativa, sino que nos permite –a modo de un diccionario crítico- conocer no solo las colecciones y los fotógrafos de Cuenca entre 1870 y 1960, sino que desde este nicho en particular nos lleva al fenómeno en Ecuador. Nos enseña a mirar las distintas técnicas como el ferrotipo o la instantánea, los álbumes fotográficos familiares o políticos, la evolución que estas van sufriendo, los retratados: García Moreno por Manuel Noboa Baquerizo o la llegada del avión ‘Ecuador’ a Cuenca, captada por el fotógrafo cuencano Manuel de Jesús Serrano.
El libro va desde los primeros fotógrafos extranjeros, costumbristas y paisajistas como Ernest Charton, la fotografía etnográfica de los científicos Reiss y Stubel, a los retratos y retratistas quiteños como José Domingo Laso, pionero de tarjetas postales, las excepcionales imágenes del primer gran artista de la fotografía simbolista, Emanuel Honorato Vázquez, hasta los clásicos cuencanos que recuerdan el día de la boda de un personaje aún vivo o el paseo a orillas de uno de los ríos de la ciudad, como las de Rafael Sojos Jaramillo.
Han colaborado múltiples coleccionistas, las mismas del autor, de su padre Eduardo y de su tío, el gran bibliófilo y dueño de la biblioteca ecuatorianista más importante del país, Miguel Díaz Cueva. La ilustración es extraordinaria porque no solo se incluyen imágenes nunca antes vistas, sino tarjetas de visita, postales, anuncios en el periódico, bolsas de entrega de negativos, entre otros. Es una joya bibliográfica que no debemos pasar por alto.