Cuando el dictador Trujillo gobernaba la República Dominicana, muchos lo consideraban loco y usaban esa palabra con distintos significados. Los había que creían que el hombre había perdido el sano uso de sus facultades y que, envilecido por la práctica diaria del vicio, no distinguía entre realidad y desvaríos; otros lo suponían movido por poderosas pasiones y, llamándolo loco, pretendían atenuar sus culpas; no faltaban quienes daban a “loco” el sentido de disparatado o imprudente y así explicaban los excesos del “padre de la patria nueva”; y otros, finalmente, lo elogiaban como “loco de amor por su pueblo”. Inclusive Balaguer, académico y futuro presidente, se contó entre estos últimos.
Con el paso de los años y el levantamiento de los velos con los que Trujillo y sus seguidores trataron de proteger y prolongar su nefasto régimen, la verdad surgió desnuda y nadie, en su sano juicio, pretendería ahora excusar los excesos del “Generalísimo y Doctor”, con cuyo nombre pretendió bautizar -efímera pesadilla- a la capital dominicana.
Los peores locos no son aquellos que pierden la razón y, en consecuencia, no tienen parámetros claros, comunes en los demás, para guiar su actos. Lo son quienes, insaciables en sus ambiciones y endiosados como efecto de una vanidad que les lleva a considerarse únicos y predestinados, superiores a los demás, logran crear una cohorte de aduladores que les rinde pleitesía. La vanidad de los primeros y la obsecuencia de los segundos engendran tiranos y dan a luz -¡que paradoja!- a épocas de oscurantismo.
No están lejos los días en los que la locura partidista hacía que los “delincuentes, traidores y drogadictos” -así calificados ahora- fueron amigos y cercanos colaboradores del régimen. Correa les confió la llave del reino porque, a su juicio, la merecían. Y, cuando es evidente que usaron tal llave para acumular fortunas, traicionando al pueblo al que dizque la revolución quería regalar el progreso, el gobierno actúa en forma tal que más pareciera que busca protegerse. La inoperancia de la fiscalía es indignante. ¡Se devuelven papeles inculpatorios aduciendo –nuevo insulto a la inteligencia y buena fe del pueblo- que “no puede traducirlos del portugués”!
Asqueado por tanta corrupción, el Ecuador reclama el retorno a la práctica de la ética y a la conformidad con los principios de una vida humana decente. Y exige, además, la devolución de los dineros asaltados, para cuyo ocultamiento se han creado astutamente oprobiosos mecanismos delictivos.
Es por eso que el “pacto ético” propuesto arbitrariamente por Correa tiene más bien los tintes de un nuevo acto de disparatada conducta, de disfraz carnavalesco detrás del cual pretende ocultar lo inocultable. ¿Será por eso que Lenín Moreno le calificó, recientemente, de “medio loco”?