La inmensa alegría e intensa emoción, que brotan en nuestros sentidos, al contemplar flamear nuestro tricolor nacional en los homenajes mundiales a los triunfadores en las exigentes competencias olímpicas, en las que participan los deportistas más destacados del mundo, en representación de sus países, unos grandes y desarrollados, otros medianos y pequeños con poco desarrollo, constituyen estímulos atenuantes de la triste situación por la que atraviesa nuestra maltratada población.
Vivimos una lacerante verdad, que describe con crudeza la Revista Metro Ciencia: “la encuesta ENSANUT de 2012 mostró que el 25.3% de los menores de 5 años tenían desnutrición crónica infantil (DCI). ENSANUT de 2018 mostró una prevalencia de desnutrición crónica para este grupo de edad de 23% y para niños menores de 2 años de 27.17%.
La Encuesta Nacional sobre Desnutrición Infantil (ENDI) se realizó desde el 15 de julio de 2022 hasta el 15 de julio del 2023 en 22.848 viviendas”. Se pudo concluir que la desnutrición crónica afecta, en la sierra rural, al 27.7% de menores de 2 años y al 27.3% de niños entre 2 y 5 años. “Al comparar la realidad ecuatoriana con la de otros países latinoamericanos, la prevalencia de la DCI es realmente preocupante”. Claro que es preocupante si sabemos que la DCI disminuye el desarrollo corporal de los niños, la capacidad intelectual, de atención y de aprendizaje y que las cifras que se presentan en nuestro medio son de las más altas entre los países latinoamericanos.
Los infantes están atacados por la desnutrición, los adolescentes de algunas ciudades de la costa, que frisan entre lo 12 y los 15 años, encuentran refugio a la inestabilidad, a la violencia familiar de sus hogares y a las deficientes estructuras educacionales, uniéndose a bandas narco delictivas. Se separan de sus colegios y de sus familias, aprenden a robar, a extorsionar, a manejar armas, a descuartizar y a asesinar. Ellos efectúan los trabajos sucios y reciben dinero por sus acciones, adquieren poder, escalan posiciones; los tatuajes constituyen la identificación de la banda a la que pertenecen y a la que deben guardar total obediencia y fidelidad, idolatran a los cabecillas y si no cumplen son castigados y hasta sacrificados.
En los dos casos los gobiernos no han llegado y es imperativa su acción inmediata, para luchar contra estas lacras que carcomen a nuestra sociedad en el presente y la proyectan a un obscuro futuro.
Es importante la determinación patriótica del Estado, de políticos, de empresarios y de todos los estratos sociales de abandonar la visión egocentrista orientada a conseguir prebendas y beneficios particulares y grupales en desmedro de esos niños y adolescentes que pueden enrumbar su vida, si reciben la ayuda que, por carecerla, les proyecta a un futuro de incertidumbre y fracaso que obstaculiza el desarrollo nacional eficiente.
Si la actuación encomiable y extraordinaria de nuestros atletas se ha impuesto a la de los representantes de países grandes, que no tienen los problemas que nos agobian, debemos concluir que nuestro suelo patrio es prolífico y ha tenido la capacidad de alumbrar deportistas triunfadores que se sienten orgullosos de cubrirse con el amarillo, azul y rojo y de escuchar reverentes y entonar las sagradas notas del himno de todos los ecuatorianos. Estos héroes jóvenes humildes y exitosos nos han representado sin miramientos, ni reticencias y con sus epopeyas, gritan sin pronunciar palabras, la exigencia de hacer patria a gobernantes y gobernados, a candidatos y asambleístas, a empresarios y a profesionales, a banqueros e industriales, a inversores nacionales y extranjeros, mediante aportes efectivos, honestamente administrados y dirigidos a combatir el subdesarrollo, la desnutrición y a implementar una urgente protección y educación a esa juventud abandonada que de ser rescatada, podría incrementar la pléyade de los Pérez, Carapaz, Dajomes, Salazar, Pintado, Morejón, Yépez, Palacios, símbolos del orgullo nacional y de la gloria del deporte ecuatoriano. Ustedes campeones engrandecen al Ecuador que, reverente, les agradece.