@cmontufarm
Una fotografía del modelo implantado por la revolución ciudadana se miraría así: Concentración total del poder; demolición de la institucionalidad democrática; manejo arbitrario de los fondos públicos; corrupción; criminalización de la protesta; persecución a la expresión disidente; debilitamiento de derechos y libertades ciudadanas; progresivo deterioro de las condiciones de vida; inseguridad; desempleo; subempleo. En lo económico, excesivo intervencionismo estatal; crecimiento desmesurado del Estado; explosión exponencial de la burocracia; déficit fiscal; despilfarro monumental de los recursos; incremento de la deuda interna y externa; deterioro de todos los indicadores macroeconómicos. Además de invertir mal los ingresos, se empeñó el oro; se gastó la reserva monetaria internacional, se vendió anticipadamente el petróleo. No se ahorró en los tiempos de bonanza y en vez de ganar soberanía, hoy somos más vulnerables ante la economía mundial y dependientes de capital chino. Para colmo, perdimos la democracia y el Estado de derecho, empeñamos nuestra soberanía y se instauró un estado de propaganda que pretende ocultar la realidad.
En contrapartida, se habla de que mejoraron algunos indicadores sociales (pobreza y desigualdad) y que se ha invertido en la construcción de obras de infraestructura. Si bien esto es cierto, no ha existido transparencia ni proporcionalidad en las inversiones. Por ello, la pregunta clave es si estos avances se sostendrán en el tiempo cuando la bomba económica estalle. Mientras tanto, la época de la abundancia terminó y el Ecuador se encuentra en recesión económica, siendo lo más grave no precisamente aquello, sino que el Gobierno no reconozca que
estamos en crisis y no adopte las medidas necesarias para evitar el desastre (a más de reducir 17% el Presupuesto para el 2016).
Esta será la mayor omisión e irresponsabilidad del Presidente de turno. La historia, cuando lo recuerde, posiblemente olvidará su encendida demagogia de mentes claras, manos limpias y corazones ardientes, y dirá que a pesar de que se lo advirtieron no hizo lo que debía hacer cuando le tocó gobernar en escasez. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán; y no hay peor gobernante que aquel que se aferra a su soberbia y no reconoce que se equivocó. Un equipo de gobierno, cuando recién llega al poder y le sobra la plata, quizá pudiera dejarse llevar por la novelería, pero cuando está cerca de una década administrando el Estado y mira que, sencillamente, las cuentas no le cuadran, que el Fisco está cercano a la bancarrota, que la dolarización está en riesgo, y persiste en negar o minimizar lo que sucede, nos pone -como país- en un cuadro muy complicado.
Las soluciones son dolorosas, aunque evidentes. Varios expertos, cámaras, políticos las han sugerido. Asumirlas sería un acto de responsabilidad histórica que debería valorarse. Seguir negando la realidad, meter la cabeza en un hueco como un avestruz, y dejar a la suerte el destino nacional será una irresponsabilidad mayor que el país no perdonará.