Aunque 45 días es apenas el prólogo de una gestión gubernamental, en Argentina se puede decir que el presidente Mauricio Macri va caminando a pasos rápidos.
La primera constatación es importante para entender el contexto: el empresario liberal centroderechista debe gobernar un país polarizado, donde debe reconocer la existencia de un espectro contrario populista y la fuerza del kirchnerismo que todavía incide (el peronismo no ha muerto).
El Presidente argentino llegó de la cumbre de Davos con muchas expectativas. Una primera señal fue el mensaje que el vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, entregó por encargo de Barack Obama. Luego llegaron ofrecimientos de inversiones de empresas transnacionales, lo que podría redundar en fuentes de empleo.
Claro que todo esto no es gratuito. El emprendimiento ya generaba la siembra de confianza, antes dinamitada por el populismo kirchnerista y su discurso trasnochado. El levantamiento del cepo cambiario se asimila con moderado optimismo. La cotización del dólar se mantiene estable.
El fin de las retenciones a los exportadores agrícolas fue otra buena noticia, aunque para que el efecto positivo aterrice en los medianos y pequeños productores tomará algún tiempo. Ahora el reto es enfrentar la inflación. Además, negociar con la mayor equidad posible un alza de sueldos que no sea traumática. Por lo demás hay independencia de poderes, pesos y contrapesos; la mesa está servida.
La justicia debe liberarse del miedo de actuar, juzgar los casos de corrupción sin venganza, y dar respuestas en temas emblemáticos como el de la muerte hasta hoy impune del exfiscal Alberto Nisman.
Pero hay dos errores de bulto de Macri.Uno, el querer nombrar dos magistrados. Otro de forma, una foto en Facebook de su perro en el sillón presidencial, lo cual desacraliza al poder pero puede poner la investidura en ridículo.