Mildred y Richard se conocieron en Central Point, un pueblito de Virginia, EE.UU., cuando ella tenía 11 años y él tenía 17. Cuando ella cumplió 18 años, en 1958, se casaron en Washington y volvieron a su pueblo. Un mes después fueron arrestados. ¿Su delito? Haber violado la Ley de Integridad Racial que prohibía el matrimonio entre personas de diferente etnicidad (raza a la época). Mildred tenía ascendencia india y afro y Richard era blanco.
El juez que los juzgó les dio la opción de elegir entre un año de cárcel o no regresar a Virginia por 25 años. En su sentencia decía: “Dios todopoderoso creó las razas blanca, negra, amarilla, malaya y roja, y las puso en continentes separados. Pero las interferencias en su disposición no son motivo para este tipo de matrimonios. El hecho de que separara las razas indica que no pretendía que se mezclaran”.
Mildred y Richard Loving abandonaron Virginia, pero iniciaron una batalla legal que terminaría con la derogatoria, en 1967, de la prohibición del matrimonio interracial en los EE.UU. cuando la Corte Suprema declaró que violaba la Decimocuarta Enmienda de la Constitución, que requiere que los estados provean de protección igualitaria ante la ley a todas las personas en sus jurisdicciones.
La sentencia en el caso Loving sirvió de precedente judicial para que en 2015 la misma Corte Suprema emita el fallo Obergefell contra Hodges que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país sosteniendo que “el derecho a contraer matrimonio es un derecho fundamental inherente a la libertad de la persona, y bajo las cláusulas de debido proceso y protección equitativa de la Decimocuarta Enmienda, las parejas del mismo sexo no pueden ser privadas de ese derecho y de esa libertad”.
Dice también el fallo: “Ninguna unión es más profunda que el matrimonio, ya que encarna los más altos ideales de amor, fidelidad, devoción, sacrificio y familia. Al formar una unión matrimonial, dos personas se convierten en algo más grande que una vez que lo fueron. […] No se entiende que estos hombres y mujeres no respetan la idea del matrimonio. Su motivo es que lo respetan, lo respetan tan profundamente que buscan encontrar su cumplimiento por sí mismos. Su esperanza es no ser condenados a vivir en soledad, excluidos de una de las instituciones más antiguas de la civilización. Piden la misma dignidad a los ojos de la ley”.
El matrimonio no es una institución inmutable, su historia es de continuidad, pero también de cambio, transformando aspectos que antes se consideraban esenciales. Así, cada vez más países permiten que dos personas del mismo sexo puedan contraerlo, porque es su derecho, y en Ecuador, nos guste o no, la aprobación del matrimonio igualitario es sólo cuestión de tiempo.