Han pasado nueve años desde que se montó la farsa del 30 de septiembre de 2010. Pasado el medio día de aquellas horas fatídicas, lo que empezó como una protesta gremial sin mayor trascendencia se convirtió por obra de expertos publicistas y de varios actores contratados, en un montaje perverso del gobierno anterior.
Son espeluznantes las cifras que arrojó el macabro sainete del correísmo para darle un tinte heroico a una revolución responsable del mayor desfalco de la historia del país, además de otras fechorías características de las tiranías: cinco muertos, doscientos sesenta y cuatro heridos, mil quinientos cincuenta procesados, doscientos veintitrés sentenciados, mil doscientas bajas, catorce mil sanciones disciplinarias y administrativas, además de miles de familias arruinadas.
A las diez de la mañana, desde una ventana del Comando de la Policía, Correa dio un discurso que fue abucheado por los uniformados. El presidente, devenido ya en actor, se tironeó la corbata, se abrió la camisa en actitud pendenciera y dijo: «Aquí estoy. Si quieren, mátenme». Para ese momento ya la idea de barnizar a su líder y a la revolución verde con algo de gloria, pasaba seguramente por las cabezas pérfidas de ciertos ideólogos que vieron en escena, en ese preciso instante, el guión de la obra teatral.
Quince minutos después, Correa salió del edificio. Le lanzaron bombas lacrimógenas mientras él y sus escoltas trataban de alcanzar el helipuerto. El ambiente se saturó de gases. El presidente llegó con síntomas de asfixia al hospital de la Policía, a pocos metros de distancia del regimiento Quito. A la una de la tarde, el Gobierno decretó el estado de excepción y empezó la transmisión de los hechos por cadena nacional de radio y televisión originada en el canal público, es decir, con una sola versión, la oficial.
Cerca de las cinco de la tarde, el presidente concedió dos entrevistas a los medios estatales y a la prensa internacional. En la primera aseguró que no podía salir del hospital por el cerco de uniformados que se mantenía en protesta; en la segunda dijo que se encontraba secuestrado. Esta versión pretendía dar sentido a la teoría del secuestro, pero por las versiones de los testigos presenciales se sabe hoy que todo fue parte de una cruel dramatización que cobraría cinco vidas y arrojaría miles de víctimas. La mayor crueldad de esta pantomima llegó al final, cuando en vivo y en directo, se realizó el supuesto operativo de rescate del presidente, que no era sino el desenlace de un drama que necesitaba algo de realismo, y allí fue cuando alguien disparó al cuerpo de Froilán Jiménez matándolo de contado.
Pocas horas después, los operarios de la farsa limpiaban los vestigios del crimen, borraban huellas y empezaban una nueva obra, la de acoso y persecución a miles de inocentes. Los autores de la farsa aún no han sido juzgados y sentenciados. La pregunta tampoco ha sido respondida: ¿Quién mató a Froilán?