‘Memoria de mis putas tristes’ (2004), la última novela escrita por García Márquez, no es la mejor de sus novelas ‘menores’, pero sí la única que se ha visto envuelta en una polémica que divide más a las mujeres que a los moralistas. Y todo nace de un equívoco, ahora argumento militante: confundir la vida de los personajes de ficción con la moral e ideología del escritor.
La obra de García Márquez ha sido mal leída como una apología de la pedofilia. Y la querella ha sido mayor y más escandalosa cuando se empezó a convertir en una película, la que se acaba de estrenar, dirigida por el danés Henning Carlsen. Precedida por un rodaje accidentado y una producción a punto de ser ruinosa, la película pudo sobrevivir a demandas, saboteos y también otras inquisiciones.
De nada ha valido el argumento literario que pide a los buenos lectores hacer una distinción entre el autor y los personajes de sus ficciones. ¿Qué haríamos, de no ser así, con el Dostoievski que creó al asesino Raskolnikov, con el Nabokov que imaginó a la provocadora Lolita, o con el Flaubert que dio vida a una adúltera llamada Emma Bovary?
La más discutible de las obras literarias de Gabo es la historia de un hombre de 90 años que decide regalarse “una noche de amor loco con una adolescente virgen” y acude a los servicios de la veterana Rosa Cabarcas, dueña del burdel donde el nonagenario libró sus mejores escaramuzas de putañero. Mustio Collado, el anciano de García Márquez, evoca sus días de solterón incorregible en una ciudad de principios del siglo XX. Ha vivido “sin mujer ni fortuna” en la “casa colonial” que fuera de sus padres, donde se ha propuesto “morir solo” y en su cama.
García Márquez reconoció que esta historia tuvo su primer pálpito en la lectura de ‘La casa de las bellas dormidas’, la novela de Yasunari Kawabata. Pero la exótica belleza de este, con su código milenario de mirada y objeto de deseo, parece arrabalero y sórdido en la ficción del colombiano.
Lo que menos importa en esta historia de servidumbres prostibularias es que “el animal jubilado” del anciano despierte “de su largo sueño” o que la niña prostituida responda a las pretensiones de alguien que cuenta “minuto a minuto los minutos” que le hacen falta para morir. Lo que importa es “el primer amor” en su vida de 90 años. Un amor más allá del tiempo convencional del amor; un placer superior, más allá de la irrisión del placer comprado…
…El tema de la novela es solo episódicamente la turbia sexualidad del anciano. El mismo tema, sin el acento picaresco de ‘Memorias de mis putas tristes’, alumbra algunas páginas magistrales de ‘Cien años de soledad’ y ‘El otoño del patriarca’. El Tiempo, GDA