Como parte de una serie de terror que pareciera no tener final, una veintena de niños de la escuela Sandy Hook de Connecticut han sido masacrados con premeditación y saña. La historia casi siempre es la misma: un hombre con trastornos mentales y armado hasta los dientes ejecuta al mayor número de inocentes posible antes de meterse un tiro; la nación llora a sus muertos, se discute por unas semanas el problema de la posesión de armas y se escarba el pasado tempestuoso del asesino para explicar la tragedia. Al final el asunto se olvida y los muertos pasan a formar parte de la fría estadística.
En los últimos 40 años más de un millón de estadounidenses han sido asesinados a tiros. Se calcula que existen actualmente cerca de 300 millones de armas en ese país, cifra que supera a los arsenales de varios arsenales del mundo. La tenencia legal de armas tienen su origen en una norma constitucional promulgada en una época en que los EE.UU. no contaban con un Ejército nacional. Dicha norma sirve hoy en día para defender intereses económicos inconfesables. Solo en el 2011, la industria de armas de fuego movió alrededor de 30 000 millones de dólares. Los beneficios de Smith & Wesson y Sturm Ruger, las dos empresas más importantes del sector, se incrementaron durante el último año en 140% y 200%, respectivamente. Esto permite intuir el enorme poder que posee la industria para influir en políticos y congresistas.
Hay esperanzas de que la tragedia de Newtown no termine en lo mismo de siempre. La indignación que ha despertado el asesinato de estos niños promete sacudir la conciencia de los electores estadounidenses y con ello acorralar a sus representantes políticos. Por otra parte, Obama parece estar decidido a introducir cambios radicales y enfrentar con firmeza a la todopoderosa y temible Asociación Nacional del Rifle, cuya manipulación permanente ha impedido defender el interés público.
Con semejante arsenal en manos privadas uno pensaría que Estados Unidos es la región más criminal del mundo. Sin embargo, los datos existentes revelan que Latinoamérica ocupa ese deshonroso puesto. Estadísticas de Honduras, El Salvador y Venezuela registran las tasas de homicidios más altas del mundo. Y si medimos este fenómeno con relación al número de habitantes, el Ecuador se encuentra a la altura de México. La triste noticia, en nuestro caso, es que no podremos resolver el asesinato con una simple legislación. Décadas de desigualdad y pobreza, instituciones débiles, políticas laxas frente al crimen organizado y un fácil acceso a las armas, hacen de la criminalidad en nuestro país y región un problema mucho más serio que el de la tenencia legal de armas de fuego en EE.UU. Por ello, la masacre de Newtown debe provocar nuestra condena y solidaridad y una profunda reflexión sobre nuestro entorno.