Algo más que ilusiones

La nuestra es una urbe universitaria, algo que va configurando la realidad lojana, dándole peso e identidad. Son miles los jóvenes que, una vez terminados los colegios, pasan a formar parte del mundo universitario, un auténtico cosmos dentro de la ciudad.

La mejor universidad no es la que te enseña infinitos conceptos y técnicas, mucho menos la que te da (algunas con evidente facilidad) títulos y cartones para poner en la pared o añadir a tu currículum. La mejor universidad es la que te enseña a pensar, a ser crítico, a investigar y a progresar en el saber, la que te ubica de forma creadora y productiva en medio de un mundo necesitado de desarrollo integral. Hoy, todavía abunda entre nosotros una educación ‘bancaria’, que deposita ideas en sus bóvedas de seguridad, pero que apenas incide en nuestro desarrollo personal y social.

En estos años he sido testigo de la cantidad de jóvenes que, terminado su ciclo universitario, dejan la ciudad y la provincia, deseosos de encontrar un espacio de trabajo y de futuro. Lo que ocurre en Loja es trasladable a una buena parte del territorio nacional. Sin desarrollo, sin inversión productiva y puestos de trabajo, nuestros jóvenes privarán a sus ciudades y pueblos del mejor capital, que es el capital humano. A la inmensa mayoría solo le toca alzar el vuelo y buscar su oportunidad... Y aquello parece que está lejos del terruño y de la casa; con frecuencia, lejos del país.

Siento que esta tendría que ser la gran preocupación de los políticos y administradores: promover y generar espacios laborales de desarrollo y de inclusión social, que ofrezcan a los jóvenes un horizonte posible de futuro y de esperanza. No es extraño que el movimiento más puro de los ‘indignados’, regado hoy por el ancho mundo, exprese, sobre todo, esta frustración de tantos jóvenes que sienten que la suya es una generación perdida: nunca los jóvenes tuvieron una cualificación tan grande y, al mismo tiempo -para muchos- tan inútil. No son pocos los que ven que nunca trabajarán en su especialidad y son muchos los que advierten también que, entrando con tanto retraso en el mercado laboral, su vida productiva peligra o se acorta demasiado. Me lo decía un ‘indignado’ madrileño: “Tengo 34 años, dos licenciaturas y soy bilingüe. Todavía no he encontrado un trabajo apropiado a mi especialidad o, al menos, estable. Para cuando surja la posibilidad, estaré al borde de la jubilación anticipada...”.

La sociedad ofrece a los jóvenes (en teoría) inmensas posibilidades pero, de hecho, genera también grandísimas frustraciones. Parece que todo es posible y maravilloso, pero no es así. Cuando te pones a la cola en el mercado laboral, sabes que las habas están contadas y que la competencia, leal y desleal, te obliga a caer de las nubes. Loja y el país tienen con los jóvenes una gran responsabilidad. Ojalá que entre todos sepamos arrimar el hombro para ofrecerles algo más que ilusiones...

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