Hoy se presenta un libro sobre arte quiteño que se convertirá, de seguro, en consulta obligada ya que devela un filón de nuestra historia cultural visual sumamente importante, la exportación masiva de imágenes mayoritariamente religiosas desde Quito hacia toda América del Sur.
Este fenómeno empezó a fines del siglo XVII cuando Miguel de Santiago y su taller fue demandado realizar series para la enseñanza del catecismo, tanto a la Catedral de Bogotá como al convento franciscano de la ciudad. Desde entonces, cientos de cuadros, marcos, esculturas enteras o por piezas, rosarios, platería religiosa y seglar, entre muchos otros objetos, fueron demandados sobre todo por comitentes chilenos, colombianos y peruanos. El siglo XVIII y los primeros años de la centuria siguiente fueron años de una exportación masiva vía terrestre y marítima realizada a través de comerciantes que iban y venían con una frecuencia asombrosa vendiendo productos quiteños, retornando con piedra tallada de la peruana Huamanga o plata de Potosí.
La obra de varios autores -historiadores del arte y conservadores reconocidos- de Colombia, Bolivia, Perú, Chile, Argentina, España, Estados Unidos, Venezuela y Ecuador, demuestra la riqueza de este proceso, las formas cómo el producto quiteño se industrializó; cómo la labor franciscana de Quito incidió en la enseñanza catequística más allá de sus fronteras; cómo el barniz de Pasto realizado en épocas precolombinas fue aprendida por los talleres en Quito y difundida desde acá con nuevas formas de decoración europea; el tipo de demanda diversa desde lugares distantes como Chile, esculturas por piezas, de vestir, de madera ligera para embarcarlas más fácilmente en los navíos que desembarcaban en Valparaíso. La presencia de cuatreros y arrieros en los caminos, oraciones varias desde los conventos demandantes, formas de pago en moneda y trueques, el dinero de indianos enriquecidos en Quito que enviaron grandes sumas para construir importantes conventos en España, o coronas, cruces o ciriales que donaron a los santos de su devoción en la tierra natal, son temas tratados por los diversos autores.
Y la cosa no termina allí, una vez que Quito empezó a verse afectada por los enfrentamientos independentistas, muchos de estos hábiles artistas tuvieron cabida en lugares como Lima, Santiago, Bogotá o Río Negro en Colombia, donde se instalaron para seguir produciendo, vendiendo in situ y enseñando en las primeras academias de arte que se iban instalando en toda América, abandonando finalmente el sello barroco. Se trata del libro ‘Arte quiteño más allá de Quito’, editado por el Fonsal como memorias del seminario que se llevó a cabo en el 2007 y que hoy se presenta en el Museo de la Ciudad. Como parte del proceso y coautoría, me siento orgullosa de este importante logro.