Serios y graves deben haber sido los pecados cometidos por mi generación que fuimos castigados con profesores que nos enseñaban marxismo, tanto en el colegio como en la universidad. Y a pesar de que el Muro de Berlín estaba por caer, algunos insistían en hablarnos de la “infraestructura” y la “superestructura”, nos explicaban las diferencias entre la “plusvalía absoluta” y la “plusvalía relativa” y, convencidos de que eran verdad, nos inculcaban nociones tan obtusas como el “valor de uso” y el “valor de cambio”.
Algo bueno habrán hecho las generaciones posteriores porque ya no tienen que soportar esa verborrea de conceptos inútiles como los “modos de producción” ni qué aguantar insinuaciones de que los incas eran, por poco, el “socialismo utópico”. Pero, sobre todo, ya no tienen que tragarse la explicación de la “dialéctica marxista”.
Ah, esa dialéctica, prodigioso instrumento que era capaz de explicar la historia de la humanidad y de predecir su futuro. En resumen, nos decían que la evolución de la humanidad era el resultado de una tesis que se contraponía a una antítesis, de la cual salía una síntesis.
Pues la dialéctica permitía explicar la evolución de la sociedad de un “modo de producción” hacia otro, desde la época antigua en que había amos y esclavos, la Edad Media en que había señores feudales y siervos, hasta la época moderna en que había burgueses y obreros. Luego se predecía que más adelante habría un sistema llamado “socialismo” donde los “medios de producción” pasarían a ser de propiedad del Estado, con un sistema central de planificación, en el que a cada persona se le recompensaría “según sus capacidades”.
Luego del socialismo vendría un sistema parecido al paraíso terrenal, donde no habría propiedad privada, sino comunal; donde todos los seres humanos vivirían en armonía y cada uno recibiría lo necesario para vivir “según sus necesidades”. Este sistema, que nunca llegó a implantarse, era conocido como “sumak kawsay”.
Perdón, se lo conocía como “comunismo”.
La confusión se debe a que son tan parecidos. No solo suponen la creación de un mundo sin defectos, casi pastoril, formado por hombres nuevos sino que, encima, algunos de los que predicaban el marxismo en los años 80, ahora predican el sumak kawsay.
El problema es que para llegar del capitalismo al comunismo había que pasar por el “socialismo real”, el sistema político que se implantó en los países tras la cortina de hierro (y a los que se los conocía como comunistas). Pues resulta que según el ‘El libro negro del comunismo’, bajo ese sistema murieron 95 millones de personas durante el siglo XX, ya sea por represión o escasez. Y eso para nunca llegar al “comunismo”. ¿Cuántas víctimas costará no llegar al “sumak kawsay”?