El problema de la economía globalizada no es que esté fuera de control; el mayor problema es que nadie la entiende. Y cuando digo nadie no me refiero al infinito ejército de legos para quienes la economía comienza en la tienda de la esquina y termina en la ventanilla de pagos de la escuela. Me refiero a ese reducidísimo grupo de “expertos” que toman las decisiones desde la cúspide del poder mundial.
Además de sorprender a propios y extraños, la crisis financiera de 2008 puso contra las cuerdas a las principales teorías liberales, encargadas de interpretar y predecir el funcionamiento del capitalismo mundial. Lo más interesante fue que los cuestionamientos a los gurús de la economía de mercado no provinieron precisamente de los grupos anti-sistema, ni de los intelectuales anticapitalistas, sino de sus propias filas. Fue el periódico Times el que insinuó la posibilidad de que, ante tanta confusión y extravío, Marx estuviera de vuelta, para dar una explicación coherente a lo que estaba sucediendo. Era el reconocimiento de que la obra del alemán continúa siendo el análisis más lúcido y penetrante que se ha escrito sobre el capitalismo.
Pero la saga de recapitulaciones teóricas no quedó ahí.
Nouriel Roubini es un prestigioso economista turco (nacionalizado en Estados Unidos) que se hizo célebre por haber predicho con asombrosa exactitud los efectos de la crisis financiera de 2008. De ser impugnado como alarmista y pesimista por algunos colegas –se hizo acreedor al seudónimo de Doctor Catástrofe–, pasó a ser considerado consultor obligado por las principales instituciones financieras del mundo.
Vale aclarar que Roubini no es marxista. Se autodefine como un economista pragmático, ecléctico y centrista. Trabajó en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, fue docente en la Universidad de Yale y actualmente es profesor en la Universidad de Nueva York. Es decir, nada que lo vuelva sospechoso para el sistema.
El pasado 12 de agosto dejó a muchos con la boca abierta, por sus declaraciones ni más ni menos que al Wall Street Journal. Interrogado sobre la recaída de la economía global respondió con absoluta frialdad: “Karl Marx tenía razón, en algún momento el capitalismo puede auto destruirse”. Su argumento es contundente: en los últimos tres años se ha continuado con un sistemático proceso de transferencia de los ingresos de los trabajadores hacia el gran capital. La desigualdad de los ingresos y de la riqueza se ha incrementado hasta límites insostenibles. El problema fundamental, no por obvio menos complejo, es que el capitalismo no puede mantener un crecimiento desproporcionado de forma indefinida. La concentración de la riqueza cada vez en menos manos no dejará más salida que el colapso definitivo del sistema.