Me cuento entre los lectores de Vargas Llosa desde que llegó por estas tierras ‘La ciudad y los perros’, novela innovadora, un alarde de técnicas narrativas y creación de personajes con los que este niño prodigio se incorporó desde el inicio al boom que transformó a la literatura latinoamericana.
Medio siglo después, el presidente Lasso (no él, en realidad, sino la nación ecuatoriana) le condecora con la Orden de la Gran Cruz. No hay que hilar muy fino para saber que esta no es una condecoración literaria sino política. Pero, si en el campo de la literatura el aplauso es unánime, en la arena política las cosas son más enredadas y controvertidas pues su última actuación consistió en respaldar a la rea de la Justicia, Keiko Fujimori. Esto para evitar la asunción del ganador, el profesor marxista Pedro Castillo, y salvaguardar el modelo político y económico peruano, aunque este se caracterice porque todos sus presidentes terminan perseguidos por la Justicia.
¿Se le fue la mano? Quizás, pero Vargas Llosa es radical en su lucha contra esa ideología del pasado. Por ello, en su discurso en Carondelet insistió en que el comunismo “que algunos nos quieren imponer” ya no existe, y criticó de paso a las dictaduras fracasadas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, cuya guinda del pastel ha sido expedir una orden de captura en contra del escritor Sergio Ramírez.
Todos contentos en ese ambiente donde quedó claro que los populismos de América Latina, autoritarios, ineficientes y plagados de corrupción, aunque se declaren de izquierda y revolucionarios son en la práctica mas retrógados que cualquier derecha moderna. Sin embargo, hay un punto que se pasó por alto pues, coherente con su liberalismo y con el libre ejercicio de los derechos de los ciudadanos, el flamante condecorado respalda temas como la despenalización del aborto, el matrimonio del mismo género, la eutanasia y la liberalización de drogas suaves como la marihuana.
Pero Guillermo, quien se refirió a Mario como su maestro y amigo, no ha sido un buen discípulo en dichos temas. Como no lo han sido Correa, Nebot y muchos otros dirigentes ecuatorianos de diverso cuño que, encabezados por las iglesias católica y evangélica, siguen alimentando en millones de ecuatorianos una visión curuchupa de la vida social.
El asunto es que, si se quiere modernizar la economía y el sistema político, hay que modernizar también las cabezas. No se puede avanzar en el siglo XXI con valores del siglo XIX. Esa era la idea de los revolucionarios liberales (esos sí de verdad) cuando implantaron el divorcio y la educación laica que significaron un gran salto, pero no definitivo porque las mentes patriarcales, autoritarias y mesiánicas siguen siendo el caldo de cultivo de milagreros y dictadores, como lo ha mostrado Vargas Llosa en sus mejores novelas.