Las elecciones en Brasil tienen una dosis de misterio y miedo. Recuerdo bien la campaña electoral del 2001 que llevó a Lula por primera vez a la Presidencia, tras superar anteriores fracasos porque muy pocos creían en sus trasnochadas propuestas marxistas. En esa campaña Lula no pasaba del tercer puesto; quien lideraba las encuestas era Roseana Sarney, hija del expresidente José Sarney, una familia que controla la región de São Luis, Maranhão, en el nordeste de Brasil. También superaba a Lula el candidato socialdemócrata que quería continuar la obra de Fernando Henrique Cardoso, autor del Plan Real, que hasta hoy no ha sido modificado en su esencia porque ha dado estabilidad a la economía brasileña.
Una de las características de cada campaña en Brasil es el control de los gastos y la independencia a ultranza de la función electoral. Cada aporte debe ser justificado, por mínimo que sea.
La revista Veja, la de mayor circulación, publicó un reportaje con las fotos de los fardos de billetes sobre el escritorio de la señora Sarney. La cantidad se acercaba al millón de dólares, al cambio de esa época. Se trataba de una infracción grave y los electores rápidamente se desencantaron de Roseana. Quien cosechó todo esto fue Lula, que trepó al primer puesto de las preferencias electorales, también gracias a una excelente estrategia propagandística. Así comenzó la época de gloria del Partido de los Trabajadores (PT) fundado por el obrero metalúrgico que enfrentó en las calles y en la cárcel a la dictadura militar (1964-1985).
La historia se repite, ahora es María Osmarina Silva de Lima, conocida como Marina Silva (56 años) que, al igual que Lula, tiene una trayectoria política en los fuertes movimientos sindicales de izquierda. Lula vendió publicitariamente muy bien su llegada desde Pernambuco a Santos en el balde de una camioneta junto a su madre y hermanos; Marina, nacida en el estado de Acre, ha sido más discreta para narrar que fue analfabeta hasta los 16 años, que tuvo nueve hermanos, que se enfermó por trabajar desde pequeña como ‘seringueira’ (recolección de caucho) y que en su intimidad de fe es evangélica.
La muerte en un accidente aéreo del candidato presidencial Eduardo Campos elevó a ese puesto a Marina Silva, que era candidata vicepresidencial. Repentinamente, esta humilde mujer comienza a conquistar a los brasileños. Dilma Rousseff bajó, pero en política nada está sentenciado, ahora todos disparan contra Marina Silva, especialmente Lula. Acusan al difunto Campos por no haber registrado como gasto electoral el avión accidentado y atacan por el lado de que el 80% de los brasileños son católicos. Marina es auténtica y juega limpio, pero el PT, cuyos máximos dirigentes están presos por corruptos, no quiere resignarse a vivir sin las delicias que les brinda el poder.