El gradualismo no mata pero puede mantenernos en estado de hibernación; los ajustes violentos propician la supervivencia del más fuerte.
Ninguno de los dos es bueno en sí mismo si no está acompañado de acciones que generen confianza y del compromiso de los líderes y de los empresarios. Eso aún está por verse.
El presidente Moreno optó por quemarse en una transición político-institucional y económica cuya próxima estación serán las presidenciales del 2021. Bajo ese razonamiento, quienes quieran optar por el poder sin tomar atajos, tendrán que comprometerse en las grandes decisiones desde ahora mismo, aunque en este momento sea muy difícil saber cuánto tomará atravesar el desierto.
Es una de las lecciones del 2018: El Ecuador vuelve a sentir en carne propia la paradoja de las economías dependientes de los vaivenes de los precios de las materias primas; la consecuencia de una falsa bonanza administrada irresponsablemente desde el populismo.
La otra es que la llamada revolución ciudadana solo puso otro clavo al ataúd de un modelo político que no descifró al país en su conjunto ni se renovó. Es sintomático que el movimiento pendular se haya dado dentro de la misma AP y que hoy veamos un sistema político diluido (más de 80 000 candidatos para las elecciones seccionales de marzo) que trata de recomponerse a como dé lugar.
Una tercera lección es que, después de un largo período de conculcación de libertades individuales en nombre de los supuestos derechos colectivos, es difícil ir más allá de la exasperación, del grito destemplado. En buena hora, las organizaciones civiles reencuentran su propósito. El camino será largo.
La última lección -aunque hay muchas otras, por supuesto-, es más dolorosa: la constatación de que el crimen organizado estaba operando a sus anchas en el país, y que no dudó en tomarse vidas humanas.
No solo me refiero a los miembros del equipo de este Diario -Javier, Paúl y Efraín- secuestrados en Mataje mientras hacían una cobertura periodística, y después asesinados en Colombia, sino al resto de víctimas: los cuatro militares muertos en cumplimiento de su misión y la joven pareja, y sobre todo a los pobladores atrapados en la lógica del narcotráfico por falta de oportunidades.
Ya es hora de que el Estado salga de la perplejidad frente a la dimensión de un fenómeno que no es nuevo pero que estaba muy bien camuflado. La muerte de ‘Guacho’, si se produjo realmente, no cambia demasiado las cosas, y urge buscar otro enfoque a esta lucha estéril. Necesitamos también saber toda la verdad sobre las circunstancias que rodearon la muerte de nuestros periodistas.
Es lamentable que el país haya cobrado conciencia de la dimensión del problema a ese costo. Esa lección no se olvida y nos inspira a seguir hurgando en la realidad.