El poder ha sido examinado desde distintas visiones, lo cual supone aceptar que ninguna de ellas es cierta por sí misma. El poder es algo sutil y se funda en que los demás admiten que quien lo ostenta —o detenta— lo posee, y eso le permite decidir cómo y en qué se emplean los recursos públicos, en el caso de presidentes o autócratas.
Junto con el derecho, la arquitectura es el mayor aporte de Roma a la cultura universal. Su máxima autoridad religiosa se llamó Pontifex Maximus (“autorizada para construir y conservar los puentes”). Caudales de oro fueron cimiento del apogeo arquitectural romano en el cual compitieron emperadores y nobles.
Ricardo Aroca titula Edificios mágicos a uno de sus libros. ¿Por qué “mágicos”? Por esa emoción inexpresable de quienes los contemplan.
Según Aroca, junto al Panteón de Agripa, constan entre las mayores hazañas arquitectónicas el Templo de Salomón, el Partenón, las Pirámides, el Monasterio del Escorial, el Palacio de Carlos V.
En las esculturas de nuestro tiempo, resaltan los nuevos materiales, la creación de equipos interdisciplinares que han suprimido toda “imposibilidad” para la ejecución de construcciones planificadas por los arquitectos más esclarecidos y osados. Edificaciones que sugieren modelados con plastilina o dibujos animados o ejercicios lúdicos que remiten a geniales travesuras “nerds”.
En Ecuador, el autócrata de la década extraviada ordenó la construcción del edificio de Unasur en Quito, bautizándolo con el nombre de Néstor Kirchner, abyecto gobernante argentino que deificó la corrupción. (Se puede leer La dueña de Miguel y Nicolás Wiñazki o mirar las filmaciones que se han difundido cuando Kirchner, frente a sus cajas fuertes desbordantes de dinero, frotándose las manos en gestos sicóticos clamaba la palabra “éxtasis” ante ellas).
El edificio de Unasur costó millones de dólares al pueblo ecuatoriano. Es el más grande de Sudamérica (la pasión por la desmesura de tiranos y tiranuelos). Dicen los lugareños que, luego de inaugurado el colosal edificio, salones y tenderetes cercanos se atiborraban de gente. A paso corto, absortos y salivando, iban y venían por sus alrededores los paseantes, sin entender qué mismo significa ese mamotreto.
Pero la mayor ofensa en contra del pueblo ecuatoriano de ese faraónico mausoleo es la estatua del expresidente argentino, arquetipo del gansterismo político integrada al mismo. “Le falta más nariz y una de las bóvedas con el dinero que robó a su pueblo”, comentó un periodista al ver la estatua destinada al Ecuador.
Modositos, patéticos, muellemente acomodados en nuestras tertulias, los quiteños, con historial de libertarios y valerosos, desatamos nuestra iracundia contra esa afrenta, sin imaginar siquiera cómo demoler la ominosa estatua, como lo hubieran hecho antes mujeres y hombres de todas las edades y condiciones, rebosantes de amor y valor cuantas veces ofendían y humillaban su lugar de origen.