Los chinos crecieron a partir del consumismo mundial; a partir de él expandieron su economía y ganaron una influencia política irrefutable a escala planetaria. Ahora, después de las consecuencias de la pandemia originada en ese país, y sacando provecho de la ruidosa pero ineficaz administración Trump y de las dubitaciones de la Unión Europea, aparecen como los grandes jugadores de la ‘nueva normalidad’.
Paciente y estratégicamente, China dio y sigue dando los pasos para mantener un modelo comunista que se alimenta del capitalismo mundial y ha mejorado las condiciones de vida de su gente. Es posible que cuando empiece el año chino, el 12 de febrero del 2021, y si se resuelve la tragicomedia que vive la autoridad electoral, ya sepamos quiénes serán los finalistas para la segunda vuelta presidencial.
Cualquiera que llegue a Carondelet deberá seguir negociando con China, sea por créditos, mercados o alianzas, pese a los discursos que se escuchan por esta época contra la irrefutable necesidad de contar con la mayor financiación externa posible para sostener la economía nacional en este año del Buey.
Por ahora no nos salvarán ni las propuestas demagógicas para acabar con la delincuencia ni las ofertas de una consulta, como si el problema urgente hoy fuera la reforma política. Sí era necesario cambiar algunas cosas básicas del andamiaje montado por el llamado Socialismo del siglo XXI en el país, pero hay que reconocer que algo se ha avanzado.
El tema central -junto con la delincuencia de la cual es parte la corrupción- es la economía. La salud, la educación, la seguridad desde el Estado, tienen altos costos y el modelo para obtener recursos está estresado. Y ya sabemos que cuando uno sigue repitiendo el libreto, hay una sola cosa segura: tendrá iguales o incluso peores resultados, pues la bola de nieve seguirá creciendo.
Hacen falta ideas revolucionarias, que no es lo mismo que ideas peregrinas o pescadas al vuelo, y desarrollarlas metódicamente. Tenemos que salir del estanque sangriento, en donde los tiburones se devoran por la misma pieza, al océano azul, la ya clásica estrategia de W. Chan Kim y Renée Mauborgne para reinventar un negocio o incluso un país.
¿Hemos escuchado o vamos a escuchar alguna idea nueva y sostenible en la campaña? Aumentar las sanciones para controlar la delincuencia no lo es. La minería inversa tampoco: se necesitan millones de teléfonos celulares para reemplazar las toneladas de extracción de un día. 41 celulares contienen un solo gramo de oro, el proceso sería muy costoso y los desechos, inmanejables.
Sucede lo mismo con la idea de exportar el agua si se la toma literalmente, pues no es difícil imaginar los efectos adversos de vender tan preciado recurso como materia prima. Es una intuición que amerita analizarse.
Candidatos, a pensar en serio y a debatir.