Pareciera que ni Alberto Fujimori ni Jamil Mahuad, a juzgar por el trágico destino político que sufrieron -especialmente el primero- tras alejarse del poder, estaban predestinados a pasar a la historia por un hecho tan importante como la firma de la paz definitiva entre el Ecuador y Perú. A veces los seres humanos solo estamos en el sitio correcto a la hora indicada.
Quizás ese acuerdo, suscrito por ellos en Brasilia el 26 de octubre de 1998, obedecía a dinámicas internas y externas imparables. Pero hay que reconocer que los dos, en su momento, pusieron mucho entusiasmo para dejar atrás un conflicto territorial que había costado muchas vidas y muchos recursos, pero que, sobre todo, hipotecaba las posibilidades de desarrollo de los dos países.
Para las actuales generaciones el tema casi no existe: hoy las relaciones fluyen con normalidad y Perú es un destino más de turismo o de negocios. A la nuestra le tocó sopesar el precio de tener por fin piel propia y empezar a ocuparnos de los problemas del país sin estar pendientes del socorrido ‘enemigo externo’.
Nuestros padres y nuestros abuelos sufrieron en carne propia los avatares del conflicto en el siglo pasado, y por eso eran más propensos a acoger los argumentos de mantener “la herida abierta” o de no aceptar el Protocolo de Río de Janeiro, impuesto al Ecuador en 1942 por las armas y por las diplomacias más fuertes de América, concentradas en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
La firma de la paz definitiva, hace 20 años, fue el cierre del último ciclo de enfrentamientos en el Cenepa. Estos duraron relativamente poco y encontraron a unas fuerzas militares ecuatorianas bien preparadas. Si bien el conflicto duró dos meses -enero y febrero de 2015-, las negociaciones para una salida aceptable tomaron más de tres años.
Ocuparon cinco mandatos, tres de ellos cortos: los de Abdalá Bucaram, Rosalía Arteaga y Fabián Alarcón. Fue Sixto Durán Ballén en el inicio del conflicto quien evocó a los garantes, lo cual significó evocar el tratado de 1942, y fue Mahuad quien, a solo dos meses y medio de haber llegado al poder, firmó el Acuerdo en el Palacio de Itamaraty. Del otro lado, siempre estuvo Fujimori.
En ese trance de inestabilidad política, hubo una línea de continuidad militar, diplomática y social. Varias dinámicas de negociación en distintos niveles se desplegaron entre Ecuador y Perú y los garantes estuvieron muy activos en busca de una salida definitiva. Fue dolorosa para el Ecuador, pero en un mundo que se globalizaba cada vez más, no era tan difícil imaginar los posibles beneficios.
Hoy la paz entre Ecuador y Perú es tangible y es necesario aprovecharla más. Es necesario cumplir con los pueblos fronterizos que siguen a la espera de las promesas de la paz. Porque la dinámica de los países sigue, aunque sus líderes políticos pasen al olvido.