La economía o la salud. Nadie suponía que, en medio de la cúspide del desarrollo tecnológico, una enfermedad nos traería de vuelta esa disyuntiva -la bolsa o la vida- que nos acompaña desde las cavernas. Y en nombre de la democracia y los derechos, parecía que nosotros seríamos quienes tomaríamos la decisión; pero la toman los políticos, los empresarios, y hay que ponerse a rogar que no se equivoquen.
He tratado de pensar en períodos de la historia que hayan significado una vida tranquila para una generación completa. Las de mis tatarabuelos, mis abuelos, mis padres y la mía, por ejemplo, no los han tenido. Un ecuatoriano que hoy bordee los 60 años ha atravesado al menos tres crisis económicas graves, dos enfrentamientos armados con el Perú, varios terremotos, levantamientos indígenas y una grave inestabilidad política.
El país de la bonanza y el despilfarro es en realidad un espejismo porque no dejó nada de fondo, poca institucionalidad, infraestructura que no sirvió para superar la producción de bienes primarios. Y, de verdad, tampoco dejó un sentido de país ni en la ciudadanía ni en las élites. Eso sí, nuevos ricos, a punta de mentiras y robos repetidos hasta la saciedad.
Ingenuos nosotros: ahora hay lo que hay. Este Gobierno no hizo lo que debía y hoy solo hace lo que puede. Sin dinero -ya no lo había- y mientras se discute cuánto le costará la crisis a empresas que no pueden producir y a personas en aprietos por las deudas, intentará llevarnos a la normalidad con sigilo. Tomando riesgos. Con la conciencia de que el número de pruebas no es suficiente -estamos solamente a 940 000 del millón de test ofrecidos- pero que la economía no da más.
Pasaremos al distanciamiento social, pero si hay un nuevo brote, regresaremos al aislamiento; así, directo y sin anestesia. Se procurará que en esa etapa los niños y los viejos sigan aislados, si pueden. Todo será paulatino, pero esta ‘nueva’ normalidad será la normalidad de tomar los propios riesgos.
Nos toca salir de vuelta al corral y a los pastos para comprobar si es real eso del contagio del rebaño, la inmunidad colectiva, aunque no hay datos suficientes y la OMS lo niega. Salir a la espera de que funcionen las promesas de que contaremos con mapas de calor sobre los sospechosos sueltos, a la espera de la estudiada vacuna que no llega, del agua milagrosa de aquel médico tungurahuense.
No hay espacio para equivocarse. El Gobierno debe organizarse de una vez por todas como equipo en crisis, olvidarse de esas luchas internas a la medida de algunos pequeños espíritus. Y la justicia tiene que seguir actuando después del inexplicable vacío respecto del caso Sobornos. No vaya a ser que el contagio del rebaño sea de ovejas engordadas en el exterior a punta de ‘fake news’ sin ninguna misericordia por el país, y con el olfato de los que saben que van al todo o nada.