La historia se repite. Tan pronto como culminaron las marchas populares del 19 del presente mes, el Ministro del Interior aseveró que en esta capital solo habían participado 4 500 personas.
En cambio, los organizadores del evento sostuvieron que, pese a la intensa lluvia y a la campaña de desprestigio, se habían congregado 70 000 ciudadanos. Informaciones de la prensa mediocre y “corructa” anotaron que habían copado unas cuantas cuadras de las calles entre El Ejido y la plaza de San Francisco y que dichas manifestaciones se habían replicado, al mismo tiempo, en por lo menos 14 ciudades de la Costa, Sierra y Oriente.
También se dio a conocer que en algunas urbes se habían efectuado concentraciones populares de respaldo al Régimen. Inclusive, en la Plaza Grande de esta capital se llevó a cabo una feria artesanal con tal propósito.
En Riobamba se han producido incidentes cuando el presidente Correa encabezaba una caravana motorizada luego de una inauguración y afirmó que una turba pretendió agredirlo y tenderle una emboscada, pero sus detractores dijeron que solo hubo gritos de protesta, que incentivaron esa obsesión de afán de desestabilización.
El Primer Mandatario denunció también que los organizadores de las marchas han recibido apoyo de la derecha y financiamiento del exterior y que la CIA se ha infiltrado para desgastar al Gobierno.
Viene a la memoria aquel infundio de que en el siglo pasado la extrema izquierda echaba la culpa a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos de todos los males habidos y por haber y se hacía la broma de que, cuando uno de sus miembros sufría un desengaño sentimental, apedreaban la Embajada del imperio.
Para los voceros del Gobierno, estas protestas sociales fueron un rotundo fracaso y una fanesca de pedidos, y para los opositores un rotundo éxito por la participación masiva de elementos representativos de la clase obrera, de los médicos, maestros, estudiantes, indígenas, comerciantes, jubilados, amas de casa y, desde luego, los disidentes y arrepentidos del Movimiento País.
En coro expresaron su inconformidad con la fanesca de desaciertos del Gobierno, tales como los frecuentes ataques a la libertad de expresión; la descalificación a los opositores; el gasto excesivo; el paquetazo arancelario; la explotación petrolera en el Yasuní; el impedimento para la consulta popular sobre la reforma de la Constitución respecto a la reelección indefinida, etc.
Lo cierto es que ese ambiente de hostilidad y prepotencia no beneficia a nadie, peor al país y más bien acentúa la división y el antagonismo. Lo saludable es que ambas partes depongan su intolerancia y procuren un diálogo respetuoso y conciliador, que permitan las rectificaciones que exigen la sensatez y las actuales circunstancias, con mayor razón cuando el “milagro” de la revolución ciudadana ha devenido en simple espejismo.