Han pasado 500 años desde que Nicolás Maquiavelo -ese hombre típico del r enacimiento: iconoclasta, racionalista, irrespetuoso, desgarrador de prejuicios religiosos, con una encendida pasión por buscar y descubrir y profundamente orgulloso de su emancipación intelectual- escribió su libro “El Príncipe”.
Él no sospechó siquiera que con el pasar de los tiempos su obra habría de ganar tanta celebridad y que su propio apellido, procedente de la burguesía toscana, habría de dar a la literatura política el sustantivo “maquiavelismo”, para denotar una política de autocracia, simulación y engaño.
Dicen las malas lenguas que el político y escritor florentino pudo inspirarse en dos personajes: César Borgia o Fernando “el católico”, que tuvieron en común la pasión por el poder, la codicia de mandar y la carencia de escrúpulos para alcanzar sus objetivos.
Maquiavelo sostuvo que el primer deber del gobernante es mantenerse en el poder, para lo cual -dijo- “es más seguro ser temido que amado” porque “los hombres se cuidan menos de ofender a quien se hace amar que a quien se hace temer”. Sostuvo que el gobernante ha de conducirse “con la astucia de la zorra y la fuerza del león” y que “nunca faltarán razones legítimas a un príncipe para cohonestar la inobservancia de sus promesas”.
Esta es la esencia del maquiavelismo.
Escribió Maquiavelo: “el príncipe piense en conservar su vida y su Estado; si lo consigue, todos los medios que haya empleado serán juzgados honorables y alabados por todo el mundo”. Así formuló el célebre principio de que “el fin justifica los medios”, que desde entonces formó parte de la política maquiavélica.
La Iglesia Católica mandó la obra de Maquiavelo al “Índice” de los libros de prohibida lectura para sus feligreses. Los jesuitas incendiaron su imagen en la plaza de Ingolstadt en Alemania como “coadjutor del demonio”. También los protestantes le fueron hostiles. En 1576 el hugonote francés Innocent Gentillet publicó su libro “Antimaquiavelo”.
Pero Rousseau ensayó una explicación optimista sobre su obra: dijo que Maquiavelo, “fingiendo dar enseñanzas a los reyes, se las dio, y muy grandes, a los pueblos”.
En todo caso, el mérito de Maquiavelo fue ser el primero en tratar la política desde un punto de vista científico, esto es, libre de las ataduras religiosas que la aprisionaron durante la Edad Media. Sus libros fueron, a pesar de las limitaciones propias de su tiempo, los precursores de la ciencia política moderna.
Maquiavelo fue el primero en secularizar la política, es decir, en afrontarla desde la perspectiva humana y racionalista. Por eso es considerado el primer científico de la política ya que la emancipó de los prejuicios dogmáticos y, en el estudio de ella, introdujo el libre examen, el espíritu crítico y el método de observación histórico .