Pocas veces ha existido una oportunidad tan clara de observar la forma en que funciona esa cofradía internacional ‘progresista’, como en el caso de la separación del cargo de la Presidenta de la República de Brasil, realizada por el Senado de ese país, la semana anterior.
Toda esa denominada ‘intelligentzia’ ha cerrado filas alrededor de la Mandataria suspendida en sus funciones, acusando de golpe blando a los hechos sucedidos, sin que se analice siquiera de forma tangencial la profunda conmoción vivida en el gigante latinoamericano por el descubrimiento de una red de corrupción que llevaba dinero a las arcas del partido en el poder. Hay que mencionar que los actos imputados a la Presidenta suspendida no eran por la corrupción sacada a la luz; sin embargo, el proceso iniciado en su contra, por supuestamente haber maquillado las cuentas fiscales del 2014 está previsto en la Constitución y se ha cumplido con las formalidades.
Allí deviene la primera gran hipocresía: cuando la población se ha movilizado para expulsar del poder a personajes incómodos o desagradables a esa corriente de opinión, que sueña en experimentos colectivistas, se la califica de lucha popular. Pero si los que salen a las calles a reclamar el desorden o corrupción de los gobiernos que gozan de su simpatía, se señala que son actos antidemocráticos y verdaderas confabulaciones que lo que supuestamente hacen es preparar las condiciones para desestabilizar esos regímenes.
Son incapaces de realizar la menor autocrítica para señalar que el mayor daño a las democracias, en todo el orbe, son las prácticas corruptas implementadas desde las más altas esferas de los gobiernos. ¿Se puede admitir que un partido político, así su membrete diga que se pertenece a los trabajadores, se financie sistemáticamente por un mecanismo de extorsión diseñado para extraer recursos destinados a la obra pública? ¿Se puede mirar hacia otro lado cuando un político, que en sus inicios fue un obrero, aparece haciendo uso de departamentos y casas de campo que, con sus ingresos, jamás hubiese podido adquirirlos?
Sus ídolos tienen pies de barro y las teorías, que siempre han defendido, se muestran ineficientes para permitir el progreso de la sociedad. Es entendible que enmudezcan ante los hechos, cuando se revela que su supuesta pulcritud en el manejo de la cosa pública está salpicada de actos reñidos con la ética y con la ley. Pero hay que pensar más allá. Se atribuye a políticos de esa tendencia afirmar sobre la necesidad de recolectar fondos para futuras campañas políticas, para eternizarse en el poder.
El Estado para ellos es el principio y el fin. Una vez alcanzado el poder, no desean desprenderse de él bajo ninguna circunstancia así el país se derrumbe a sus pies por sus políticas perniciosas. Por ello, levantan su voz en coro para tratar de victimizarse, cuando realmente son los que han llevado a sus países a situaciones críticas que, más tarde o más temprano, repercutirán negativamente en las condiciones de vida de sus poblaciones.