Esta vez Hernán Rodríguez Castelo tuvo que afrontar un desafío casi insólito. El es un crítico literario de singulares calidades; un historiador meritorio especializado sobre todo alrededor de ese momento crucial de la independencia política y el nacimiento del Ecuador, y un erudito formado a través de muchas disciplinas culturales.
Pero de alguna manera, el desafío fue lanzado antes que por un personaje muy sugestivo, como es Manuela Sáenz, por los mitos, las leyendas, las deformaciones, los exaltados ditirambos y las terribles condenaciones, todo lo cual exigía el valeroso trabajo de someter las fuentes disponibles a una severa y austera crítica, estar siempre alerta para no perderse por entre los hilos y las sombras de las fábulas y, hasta donde fuere posible, descubrir el espacio de la verdad, guste o disguste a quienes prefieren evadirse de los ámbitos de la autenticidad escueta y terminante.
Así lo advirtió con todo vigor ese nombre capital de la cultura ecuatoriana, Marco Antonio Rodríguez, a quien se le encargó que escribiera el prólogo. Desde el propio comienzo lo puntualizó: “El autor de este libro-biografía despojada de halagos o mezquindades a los que nos han acostumbrado, quienes han escrito sobre Manuela Sáenz con las excepciones de rigor, es sabio en el más hondo sentido de esta valoración”.
Recuerda que es autor de más de cien libros y, por antonomasia un excepcional promotor de cultura. Menciona que ha sido dramaturgo, autor de literatura infantil, historiador, crítico literario y de arte, biógrafo, lingüista, periodista, promotor de revistas, pero aventura la opinión de que el ensayo es el género que mejor expresa sus potencialidades creativas. Concretamente añade que sus biografías “tienen el atributo de acercarnos a sus personajes, como si los tuviéramos frente a nosotros o los conociéramos desde siempre”.
El drama se desenvuelve conforme a los “actos” conocidos: antes de Bolívar, con Bolívar y después de Bolívar; posteriormente viene el ocaso doloroso de Paita y la lucha descarnada contra la pobreza, y el final, cuando la epidemia asolara a toda la costa peruana y los restos mortales fueron arrojados a la fosa común.
Pero como el libro se integra orgánicamente dentro del vasto “fresco” de la literatura ecuatoriana, que Rodríguez Castelo está pintando desde hace varias de sus obras más recientes, la más definitiva originalidad corresponde al perspicaz estudio de Manuelita en cuanto a escritora.
Allí vienen las precisas características de las cartas y otros documentos: la marca de la prisa, la ha llamado Rodríguez Castelo; también el tono de lo coloquial, lo coloquial sabroso; las pinturas; el humor y el más soberbio empleo del humor, cuando la ruptura definitiva con el esposo; la pasión; entre la fuerza y la ternura, las cartas de amor y hasta el poema que consta fuera escrito por ella.