Mayo francés y la masacre en la plaza de las tres culturas fueron, a no dudarlo, sucesos que marcaron a fuego a varias generaciones de latinoamericanos cuya influencia se siente hasta nuestros días. Una juventud ávida de romper esquemas que se oponía a la intervención americana en Vietnam, se entusiasmaba con la llegada de los “barbudos” al poder en Cuba, que se encontraba harta del férreo control político que se ejercía en el estado mexicano por parte del partido dominante y que quería expresar su descontento en plazas y calles, hecho que culminó en una emboscada donde se practicó una verdadera carnicería, protagonizó eventos que terminaron siendo iconos de la protesta y la rebeldía.
Pero pasados los años, aquellos sueños de libertad y esa expresiones espontáneas que estaban imbuidas de nobles propósitos, fueron monopolizados por un discurso totalitario que tenía como fin último colectivizar a la región entera y, con la influencia de una de las potencias de la época, imponer un sistema de economía dirigida generando animadversión hacia todo modelo que apoyara las tesis liberales, denigrándolas como lo más abyecto que hubieran podido concebir las sociedades modernas.
Poco a poco los revolucionarios de ayer se iban convirtiendo en los defensores de ideologías opresoras que reprimían a los pueblos que ansiaban conquistar la libertad, hecho que finalmente acaeció cerca de una veintena de años después, cuando el modelo soviético implosionó dejando a la vista la degradación de la calidad de vida de los países en que se impuso la férula estalinista, mientras sus vecinos del oeste progresaban como jamás había registrado la historia en apenas pocas décadas después de la última conflagración mundial.
Los que en su tiempo ejercitaron encendidos discursos libertarios usaron su retórica para justificar abusos en nombre de las ideologías. Extendieron su aversión a todo signo que representara la construcción de economías libres, e inocularon a amplios segmentos de la población el rechazo a toda forma de emprendimiento que tenga por objeto la creación de riqueza por iniciativa de particulares. Se obsesionaron con que el estado lo podía todo, no se concebía nada por fuera de su influencia. El tiempo mostró que esos experimentos eran el camino directo al fracaso, como lo enseña la empobrecida isla que soporta a una dinastía que se ha mantenido en el poder por cerca de 60 años, o ese manicomio regentado por una gavilla de incompetentes que han logrado destrozar la economía de uno de los países más ricos de América Latina.
La épica revolucionaria se ha servido de una juventud rebelde para construir íconos que maniataron las esperanzas de mejores días. En vez de constituir versiones que apuntalen todas las libertades, sirvieron para enarbolar postulados que van en contra de la modernidad y El progreso. Han intentado apoderarse y vaciar de contenido gestas que merecen ser evocadas por su intención de alcanzar sociedades justas.