Ya se fue el Papa y ha vuelto la cotidiana realidad. Comentarios van, comentarios vienen. En pocos días nos habremos olvidado de tan trascendental visita. Son tan veloces los acontecimientos, que incluso situaciones extremadamente importantes, pasan rápidamente al cajón de los recuerdos. Como señalaba el sociólogo Zygmunt Bauman, vivimos un tiempo líquido, donde todo se nos escapa como agua entre los dedos.
Para que semejante experiencia colectiva, que llevó a millones a movilizarse y a vivir intensamente la presencia del Sumo Pontífice, se convierta en aprendizaje y sobre todo en acciones de trasformación, se requiere que con extrema responsabilidad los líderes creen las pausas necesarias para digerir individual y colectivamente el hecho vivido.
Para esto se requiere de honestidad intelectual y estatura moral de los dirigentes estatales, sociales y religiosos.
La manipulación de la visita papal para fines políticos particulares es pésimamente vista por todos. Los protagonistas principales del proceso de digestión y de acción, deberían ser la Iglesia y sus obras (escuelas y universidades), así como la sociedad civil con sus organizaciones.
La doctrina de Francisco colocó, profundizó y validó temas y sentidos, algunos de los cuales los ha venido discutiendo la sociedad ecuatoriana: la defensa de la “Casa Común”, la madre Tierra, y en nuestro caso, de manera particular, la Amazonía (¿Yasuní?), frente al depredador extractivismo (“Esta tierra, la hemos recibido en herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar?”); la democracia participativa, el diálogo como instrumento clave; la inclusión y reconocimiento de todos los actores sociales; la defensa de la libertad (“dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertad”); la educación creando nuevas generaciones con pensamiento crítico y comprometidas con la realidad. Jóvenes rebeldes, transformadores, solidarios.
Dice el Papa a los educadores: “¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda, no desentenderse de los que pasa a su alrededor?…
Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, sus interrogantes, sus cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano?”.
A digerir y actuar.