Aunque sea como Abdón Calderón (o sea su leyenda), así les tocará a los que vayan quedando en las salas de redacción. Sin brazos, sin piernas, con la bandera entre los dientes y gritando: ¡Viva la República! Porque el periodismo “es un servicio, no una fábrica de páginas vistas”, como bien dice Jeff Jarvis. Y al ser un servicio cómo no va a trabajar para que el sistema republicano y su división de poderes –ojalá en su versión mejorada– siga vigente en este país.
Ocho años después de librar –involuntariamente– una batalla campal con el poder político, soportando ataques en la modalidad misil tierra-aire y respondiendo (en el mejor de los casos) con una honda, al estilo de David, la mayoría ha perdido al menos un brazo (después de la honra, que fue la primera baja sensible; esa sí, toditos). Mustios, vamos viendo a nuestros compañeros que caen en combate.
Mustios también, llevamos la cuenta de todas las mermas en el derecho al acceso a la información. Pero no solo nuestro derecho, sino el de cada uno de los 15 millones de ecuatorianos que no tienen por qué desconocer cómo se administra la cosa pública (la propaganda que se vende como rendición de cuentas no cumple esa función). Podríamos llenar ediciones enteras de periódicos, revistas, programas radiales y televisivos con las historias de toda la información que nos ha sido negada; sistemáticamente, con dedicación.
Desprolijos, como también somos, no lo hemos hecho. Hay escenas inverosímiles, como la de la asesora de comunicación que le pide a una colega que no ponga que la institución no le dio la información: “Porque han de creer que no te la quisimos dar”. La lógica básica dicta que si alguien puede y debe dar algo y no lo da, es porque no quiere hacerlo.
De periodistas nos hemos convertido en rehenes de instituciones públicas que impunemente incumplen su obligación legal de dar información, que solo llega como forma de réplica. “Le vamos a cartear” es una amenaza a la que los reporteros que cubren temas políticos, económicos, judiciales escuchan comúnmente. Horas o días después llega la temida carta que el medio tiene que publicar primero, para luego, de ser el caso, asumir las consecuencias legales que esta implica. La vida trasladada a los juzgados; todos tratándonos entre todos como culpables de algo, con abogados de por medio. Vida horrible.
Tan horrible que periodistas indispensables ya están casi desmembrados por completo, luchando como fuere en sus mínimas trincheras virtuales. Horripilante al punto de que haya periodistas y medios que opten por agachar la cabeza hasta que pase la ola (a riesgo de morir de asfixia); porque va a pasar.
Así el paisaje, ¿cuántos Abdón Calderón quedarán? De esos que no claudican y siguen haciendo periodismo, para desgracia de ellos y para buena suerte de una sociedad que quizá no se los merezca, porque no los ha defendido.
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