No. Se trata del preso político venezolano Leopoldo López, cuyo caso es parecido en lo brutal, pero distinto en las causas. El líder africano y mundial fue condenado por razones racistas y el llanero por razones exclusivamente políticas, fraguadas en ese escenario de poder y miedo que es el socialismo del siglo XXI en América Latina. Ninguno de los dos casos fueron o son sorpresas, tratándose de víctimas juzgadas por regímenes que se sostienen en esa amalgama perversa del poder con la justicia y los organismos de control. Aunque sea un alud la indignación e ira a nivel mundial con excepción de la OEA, Unasur y la Alianza Bolivariana, no importa en el caso de Leopoldo López si son 13 años, meses, días y horas. Pudieron ser 8 o 15 años. Todo dependía como estaban en el día de la sentencia los humores en el Palacio de Miraflores.
Un error de los sectores democráticos de la sociedad venezolana es pensar que este infierno cambiará a partir de las próximas elecciones legislativas. Imposible, pues a la hora de la verdad se suspenden los comicios o se cuentan los votos con tecnología avanzada manejada por el organismo de control electoral oficialista. Se olvidan de la eliminación electoral de importantes líderes de la oposición, el reordenamiento de los distritos electorales como sucedió en el Ecuador, y de la exclusión de observadores internacionales neutrales. No dejan ningún cabo suelto como se empieza a evidenciar en el Ecuador donde podrán ganar la Presidencia de la República , la Secretaria de la ONU y hasta el solio papal en el Vaticano, pero les será imposible volver a conseguir las dos terceras partes del Parlamento.
Leopoldo López, su valiente esposa, su familia y el pueblo venezolano tendrán que esperar. Mientras tanto repasar la historia. En la década de los cincuenta parecieron imbatibles los regímenes de Trujillo, Somoza, Rojas Pinilla y Pérez Jiménez, pero cayeron. Luego, era imposible que el Frente Amplio de Izquierda derrotara a los militares en Uruguay y mucho menos que el No triunfara en Chile frente a Pinochet. Pero lo lograron. Obviamente el entorno continental ahora es diferente. Lula, el emblemático líder obrero de Brasil llega a Buenos Aires a dar un abrazo al múltiple sindicado peronismo K, y hasta la sagaz Colombia acepta que Quito sea la sede “neutral” de diferendo con Venezuela.
En esta desazón continental son oportunas las palabras de los expresidentes chilenos Eduardo Frei Torres Tagle y Ricardo Lagos: “… al enviar este mensaje, lo hacemos con gratitud profunda hacia el país que nos tendió la mano cuando Chile vivía las horas oscuras de una dictadura militar. Los chilenos no podemos olvidar el refugio que tantos exiliados encontraron en Venezuela, mientras nos esforzábamos por recuperar la democracia en nuestra patria. Esos tiempos nos dejaron una gran lección: cuando se violan los derechos humanos no hay fronteras y es legítimo levantar la voz por otros pueblos cuando somos testigos de arbitrariedades e injusticias”.