A los 100 años de la muerte de Mahler, he tenido oportunidad de asistir en Madrid a un concierto en su honor. He sentido la emoción de tocar el infinito escuchando el adagio de la 3° Sinfonía, ese lamento de violines que te abre a una experiencia mayor: pareciera que la tierra se vuelve un espacio reducido. Es preciso abrirse a algo mucho más trascendente, más definitivo y luminoso que la experiencia cotidiana. La música de Mahler, su belleza infinita, nos abre a la experiencia de Dios y alimenta la gran nostalgia del hombre de tocar la plenitud, más allá de cualquier monotonía. Y, sin embargo, es sabido que, a pesar de ser uno de los más grandes compositores de la historia, Mahler sufrió un auténtico purgatorio para que su música fuese reconocida. Como ocurre tantas veces, él nunca pudo comprobarlo, aunque sabía y decía: “Mi tiempo llegará”. Ahora, en plena celebración de los 100 años de su muerte, podemos asegurar que su tiempo ya ha llegado. ¿Con retraso? No del todo… Los genios trascienden el tiempo que, al final, es su gran aliado. Mahler brilla en el firmamento e ilumina esta humanidad , siempre lenta en reconocer los mejores latidos del corazón.
La obra de Mahler, me lleva a recordar algo que experimento todos los días de tejas abajo… Las personas amamos por experiencia o por nostalgia y no podemos renunciar tan fácilmente a la fuerza del deseo. Encerrados en el pequeño mundo de nuestros intereses inmediatos, pactamos con la mediocridad y, poco a poco, nos vamos haciendo hijos de la rutina. Incluso la miseria moral nos ronda con fuerza, como un ‘alien pagadizo’ que viviera de nuestra propia codicia. Lo que está en juego es siempre la calidad de nuestra condición humana. Hay personas víctimas de este pacto indecoroso. Acaban destruyendo lo que aman, incapaces de reaccionar ante un error, adicción o deslealtad… Pareciera que el horizonte humano se achatase hasta dejarnos encerrados en nuestros agujeros negros.
Frente a la fuerza de lo diá-bólico, el poder de lo sim-bólico (la inmensa fuerza de Mahler, de Beethoven, de Schubert), siempre presente en el alma humana, nos recuerda que la persona no se agota en sus falencias, sino que puede centrar la conciencia y el corazón no solo en el mundo etéreo de los sueños, sino en el compromiso histórico y, ciertamente, del compromiso de la fe. Escuchar a Gustav Mahler con un corazón creyente nos abre a la posibilidad de encontrarnos con Dios y con lo mejor de nuestra condición humana.. Ante la inmensa obra, 10 sinfonías, cada una de ellas llena de peces y de colores, uno se da cuenta de que no puede conformarse con amores pequeños… Uno percibe la presencia o la nostalgia del Amor Mayor, del único que puede saciar el hambre del corazón. Se comprende el valor del impulso ético, el riesgo de amar más allá de las propias seguridades, la pasión de crear y dar lo mejor de uno mismo a favor de lo que ama, las certezas del corazón y la fuerza redentora de la fe, siempre unida a la belleza.