Maduro debe cerrar el ciclo

La desaparición de Hugo Chávez y la enorme parafernalia que acompaña sus exequias y actos funerales evidencian el sentimiento cuasi religioso que despertó su liderazgo y asistencialismo. Desde la muerte de Eva Perón en 1952, Latinoamérica no había presenciado un culto tan frenético a la personalidad como el vivido en Caracas en estos últimos días. Los chavistas no perdieron un líder político, perdieron un profeta, un mesías, el santero mayor y milagroso de Venezuela. Al igual que Eva Perón y varios dictadores megalómanos como Stalin, Lenin, Mao, Ho Chi Minh, Kim Il Sung o Ferdinand Marcos, el cuerpo de Chávez será embalsamado para resistir a la muerte y ser contemplado hasta la eternidad.

Nada explica mejor el personalismo y caudillismo del denominado socialismo del siglo XXI que el deceso de Chávez. Nada existe después de él: ni sucesor ni proyecto político ni instituciones que encarnen el modelo bolivariano y sus delirios. Con la partida de Chávez se inicia la conclusión de una fase de la historia latinoamericana que arrancó con la implosión de varios sistemas políticos del Hemisferio, la fertilización del terreno populista, el advenimiento de enormes flujos de dinero provenientes de los altos precios de las materias primas y el surgimiento de líderes carismáticos que, gracias a lo anterior, tejieron una inmensa red de grupos clientelares y levantaron una maquinaria electoral arrolladora.

Es altamente probable que Maduro gane las elecciones presidenciales que se avecinan. La cortedad de la campaña, las incontrolables emociones que capturan a los chavistas y, sobre todo, el voto condolencia favorecerán enormemente al candidato oficialista. El legado que recibirá de Chávez, sin embargo, está envenenado. Con una economía al borde del colapso, la violencia entronizada, unas Fuerzas Armadas que exhiben fisuras, milicias armadas potencialmente incontrolables y una ausencia total de liderazgo y carisma, me atrevo a predecir que Maduro será incapaz de mantener el control en Venezuela y capitanear a los países de la Alba.

Un eventual triunfo del candidato opositor Capriles impediría cerrar el ciclo populista y autoritario. Las acciones y políticas que cualquier gobernante responsable debe implementar luego de la orgía petrolera no serían precisamente populares y alimentarían la nostalgia del espejismo económico que proyectó el comandante Chávez. Con ello, estaría asegurado el regreso de los "revolucionarios bolivarianos" y la prolongación de la agonía populista y autoritaria. Parecería que la única manera de cerrar el ciclo pasa por llevar el experimento hasta el final, muy próximo por cierto. Una hipótesis dura y controversial, sin duda, pero absolutamente realista frente a las lecciones que dejan las múltiples experiencias populistas latinoamericanas de los siglos XX y XXI.

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