Se espera siempre de los que tienen más, estudiaron más o concentran más poder que actúen también con mayor madurez, ecuanimidad, seriedad y responsabilidad. Esta introducción viene a cuento de la reciente visita al Paraguay del presidente Correa, que prácticamente centró los 20 minutos de la entrevista con un canal televisivo asunceno en concentrar su discurso contra la prensa como si fuera esta una “cuestión de Estado”, que debiera ventilarse incluso en el exterior. En la conversación, un turbado y adolescente (del latín adolescere, que adolece, que le falta madurez) Presidente afirmó que la prensa ecuatoriana no cumple su labor de medio de comunicación sino que participa como actor político por lo tanto debería tener una respuesta “política” desde el poder. En verdad no logré entender muy bien la construcción de la frase.
Vamos por partes. Si la política es la búsqueda del bien común y en esa labor está el Gobierno elegido por el pueblo y los demás actores sociales se entiende que ella, debería estar relacionada a los grandes ideales de la sociedad en su conjunto. Política significa reducir la pobreza, aumentar la seguridad ciudadana, incrementar los niveles de educación del pueblo, mejorar los índices de salud, tolerar la crítica… etc. La respuesta política no debe significar prepotencia, chabacanería, insultos, prepotencia, querellas judiciales, persecución a la prensa… nada de eso es política señor Presidente. Es todo lo opuesto a lo que se entiende por esa noble tarea de despojarse de los intereses egoístas y entregarse a una causa social más amplia y generosa. Esta identificación con lo perverso y sucio le ha sacado a la política interés y compromiso ciudadanos. Esa es la razón por la cual el territorio de la “política” está hoy inundado de pícaros y bribones que se aprovechan del poder para demostrar sus peores flaquezas antes que sus fortalezas cívicas y ciudadanas. Finalmente, el poder solo desenmascara a las personas, los muestra como son y no permite disimular ni odio ni resentimiento social.
La madurez que se reclama hoy de las democracias latinoamericanas tiene que ver con la mesura y la prudencia, virtudes indispensables para el ejercicio del poder en una América Latina rica en recursos naturales y en oportunidades, que pierde su tiempo en un debate secundario y baladí que solo consigue justificar el descrédito de la “clase política”, como bien lo denomina una parte de la sociedad. Estoy seguro que si hiciera una encuesta en el Ecuador, la lucha del poder gubernamental contra la prensa es una cuestión absolutamente secundaria a la realidad de pobreza en la que viven millones de seres humanos que no pueden manifestar quizás su rechazo a este debate marginal y traído de los pelos con el que el gobierno disimula en realidad su ausencia de verdadero compromiso.