Acabamos de celebrar el Día de la Madre, ocasión propicia para algunas reflexiones sobre la maternidad y la familia. El pensador inglés G.K.
Chesterton escribió que “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, y donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Es la familia.” Muchos podemos dar fe de que Chesterton tuvo razón. Acabo de estar en una reunión de mi propia familia, celebrando el cumpleaños de una amada hermana, y en otra, de la familia de un querido amigo, para celebrar la publicación de un libro escrito por él. Ambas fueron verdaderas celebraciones, llenas de la alegría de estar todos reunidos, de amabilidad, calor humano, generosidad de espíritu, bondad y amor.Pero no todos tienen la inmensa fortuna de pertenecer a familias en las que “la libertad y el amor florecen”. Lo confirman las muchas historias que mis estudiantes me han hecho conocer de madres, y también padres, que dominan, reprimen, irrespetan, descuidan, abandonan, maltratan sicológicamente y chantajean emocionalmente a sus hijas e hijos. Alrededor del Día de la Madre, oímos banales expresiones de una supuesta universal dulzura materna, pero la verdad es que no toda madre, ni toda familia, nutre aquellos bellos sentimientos que solo iluminan las vidas de algunos, los privilegiados, entre nosotros.
¿Por qué es que muchas madres y muchos padres, no son fuentes de amor constructivo?
Una parte de la respuesta les exime, en algún grado, de responsabilidad moral: no son fuentes de amor constructivo porque no lo recibieron en su propia niñez, y no han logrado superar esa dolorosa realidad.
Pero otra parte de la respuesta radica en ideas tradicionales, que muchos defienden irreflexivamente, acerca del rol materno y paterno y del ejercicio de la autoridad, que expresan con frases como “Acá mando yo,”, “Porque yo digo”, “Mientras vivas bajo este techo harás lo que yo diga”.
Esas ideas, y las actitudes prepotentes que con frecuencia las acompañan, sí pueden ser reexaminadas, y eventualmente descartadas. Es posible pensar acerca de cuál es la forma más apropiada de ejercer la maternidad, observar y analizar los efectos de cómo fuimos tratados de niños y de cómo tratamos a nuestros hijos, y cambiar nuestras creencias y actitudes. Todo eso pasa por la decisión de pensar, ante la cual adquiere relevancia otra frase de Chesterton: “La acción y la crítica son fáciles: el pensamiento no tanto.”
Conozco a madres que no han nutrido de amor a sus hijos. A otras que sí lo han hecho, de manera espontánea y sin pensar. Y a otras, a quienes admiro profundamente y rindo especial homenaje hoy, que han vencido aquello de “Soy como soy porque así me hicieron”, y han asumido la amante responsabilidad de llegar a ser fuentes de luz.