Usando el lenguaje absolutista, redundante y bélico del oficialismo, se podría decir que la tarea de impedir la instauración de la reelección indefinida es “la madre de todas, toditas las batallas” para los demócratas de este país.
En un extenso ensayo sobre los desafíos actuales de la democracia, publicado en su edición del 1 de marzo, The Economist explica que la democracia significa, además de participación, límites. Significa límites al uso del poder. En un Estado democrático el poder debe estar distribuido. En el sistema republicano, de hecho, ni siquiera existe ‘el poder’ sino ‘los poderes’. También significa límites al tiempo que se ejerce cada poder. En una república no se eligen a emperadores para que gobiernen por el resto de sus vidas; se vota por ciudadanos para que administren el Estado y representen a la población por un período determinado. Significa, además, límites a la voluntad popular. En un régimen democrático debe primar la voluntad de la mayoría, siempre y cuando esta respete los derechos y las leyes vigentes. La democracia, por tanto, no equivale a la tiranía de la mayoría.
En el fútbol se puede debatir si cabe el gol de oro en el tiempo suplementario o si a una infracción determinada se la debiera castigar con tarjeta amarilla o roja, pero no viene al caso una discusión sobre la posibilidad de jugar con la mano. Eso no sería fútbol. Aunque hubiera dos arcos, once jugadores por equipo y un campo trazado con las dimensiones reglamentarias, eso no sería fútbol. De la misma manera, en una democracia se puede discutir sobre la conformación del parlamento o los métodos electorales, pero una democracia con reelección indefinida podría fácilmente dejar de serlo.
Por eso, oponerse a la reelección indefinida no es oponerse al Gobierno o al presidente Correa, sino defender la permanencia de uno de los pilares que sostienen la democracia. No es una cuestión de simpatía o antipatía; es de conceptos.
Tampoco es un tema de palabra. No se trata de que el Presidente dijo una cosa y ahora considera otra. Es lo contrario: no importa lo que él haya dicho, sino lo que mandan las normas.
Finalmente, no es un asunto en el que la mayoría decide. Consultar sobre la reelección indefinida sería como consultar sobre la abolición de la Asamblea. Por eso, en Colombia no fueron un referéndum o el Congreso los que impidieron que Álvaro Uribe volviera a postularse, sino la Corte Constitucional.
Por supuesto que podríamos reformar o enmendar la Constitución. Pero justamente la tentación de los gobernantes a acomodar las leyes a su capricho y a debilitar los límites a su poder es el principal riesgo de permitir la reelección indefinida: ellos terminan concentrando sus esfuerzos en cómo perpetuarse en el cargo.
Hay cosas en la vida que son claras: el fútbol con los pies, la democracia con alternancia y el chocolate espeso.