Luis Macas, líder histórico, junto a otros compañeros reunidos en Saraguro hace alrededor de un año, se lamentaban de la situación a la que había llegado el movimiento indígena, al punto, que en un momento les brotó lágrimas de tristeza.
Efectivamente, produce mucha tristeza y desesperanza el movimiento indígena; no sorprende. El colonialismo, la corrupción, la viveza de la sociedad criolla ha penetrado en ellos. No solo la religión, el idioma, sino todos los prejuicios, complejos, desviaciones, oportunismos del Ecuador blanco-criollo. Y a su vez éste, de aquel colonial y monárquico, impuesto por unos “fulanos bajitos, analfabetos, broncos, sanguinarios y muertos de hambre”, como dice el escritor español Arturo Pérez-Reverte.
De esa gente que llegó y de la situación monárquica, no podía esperarse un país en otras condiciones. Solo se ha ido reproduciendo y ampliando lo que esparcieron los primeros colonialistas, hasta alcanzar la cima en este momento.
Los indígenas hasta antes de la reforma agraria estaban esclavos en las haciendas, pero se mantenía su cultura y sus altos valores de honestidad. Cuentan que los casos de delincuencia habían sido muy raros. Hasta hace 60 años, dicen los ancestros que en el campo todos dejaban las puertas sin candado, nadie temía que les robaran.
“Libres” de las haciendas, muchos emigraron a las ciudades. Por necesidad o por afectación urbana terminaban convertidos en delincuentes. Otros lograban ser profesionales. Todos regresaban a las comunidades y terminaban haciendo procesos de recolonización. El neocolonizador ahora también tiene rostro indígena. Hoy ya casi no existe lo milenario. Solo es folclor. Teoría. Ya no lo viven. Han terminado colonizados por la derecha y por la izquierda. Lo indígena queda solo como epísteme, y muy pocos la encarnan. Quedan esos pocos y algunos no-indígenas como “reserva moral de la humanidad”. Solo con un proceso de descolonización puede haber otro Ecuador.