A escala global y local vivimos una formidable disputa de sentidos. El extremo individualismo arrasa con lo que queda de la vivencia colectiva que resiste y se recrea en los pueblos originarios; colosales fortunas se concentran en pocas manos ante enormes masas de miserables y nuevos esclavos que invaden el primer mundo; el control total de millones a través de las redes subyuga la democracia cuya alternativa es crear ciudadanía; resurgimiento de los dogmatismos acorralando al pensamiento crítico que disputa la epistemología desde el sur y apuntala la reflexión decolonial. La lógica del gran capital, de las corporaciones se toma el mundo, frente a unos derechos humanos acorralados, que batallan para que la humanidad y el planeta no se ahoguen. Choque de sentidos, ambiciones incontrolables del poder y resistencia como de gran parte de la humanidad.
Los derechos humanos, desde que fueron anunciados en 1948 por Naciones Unidas, han sido las trincheras para impulsar a sociedades y estados a vivir en más igualdad y justicia. Hoy tales derechos están bajo ataque, que viene de todos los lados. Desde fuera y desde dentro.
El poder con su propia agenda, impide la realización de los derechos humanos. Los indicadores de aumento de las desigualdades, injusticias y violencias en el mundo son escalofriantes.
Pero hay otros factores que entorpecen la ejecución de los DD.HH. Uno, relacionado con el deterioro de las democracias y la imposibilidad de generar ciudadanía. No se pueden ejercer los derechos humanos en condiciones autoritarias. La ninguna o pésima educación genera sociedades pasivas, en las que se reaniman las viejas culturas paternalistas. Son sociedades, que no han superado el colonialismo, acostumbradas a recibir todo del “papá estado” y a no practicar la corresponsabilidad. Proclives al mesianismo y clientelismo. Sociedades patriarcales, violentas, donde hombres y mujeres preservan el machismo y el adulto centrismo.
Los DD.HH. fueron pulidos en los inicios de la modernidad occidental, por la ilustración, el racionalismo, el antropocentrismo: el ser humano, como centro de todo. La naturaleza al servicio del Hombre. Base conceptual que el capitalismo utiliza para legitimar el extractivismo depredador.
La doctrina de los DD.HH., para fortalecerse, debe dialogar con la filosofía andina-amazónica de los pueblos originarios, que proclama el cosmocentrismo. El ser humano es parte de la naturaleza, dialoga y convive armónicamente con ella y con los otros seres humanos, creando comunidad, sentido del bien común.
El pensamiento decolonial, el post humanismo, son nuevas corrientes que también deben nutrir los DD.HH., y las bases conceptuales de la Nueva Escuela, que se levanta como el mejor instrumento para frenar la destrucción del planeta, desmantelar los viejos y nuevos dogmatismos y violencias, y desarrollar las economías sostenibles.