Hoy en la mañana, mientras hacía mi pedaleada diaria, tuve que parar a contemplar la magnificencia del Cotopaxi al amanecer, lo que trajo a mi mente el sueño de Nelson Serrano de contemplar una última vez el hermoso e imponente volcán antes de que sus días terminen.
Hace justamente 19 años, el 31 de agosto de 2002, Serrano salía, junto con su esposa y unos amigos, de un restaurante en el sector de La Mariscal en Quito en el que habían almorzado, cuando fue secuestrado por un grupo de hombres armados y llevado con rumbo desconocido en un vehículo sin placas y vidrios polarizados.
Fue retenido y torturado durante varias horas en algún sitio oculto y en la noche fue llevado al antiguo aeropuerto de Quito (hoy el Parque Bicentenario), donde fue encerrado en una jaula para perros hasta la mañana siguiente, cuando fue subido ilegalmente y a la fuerza en un avión que lo llevó a Estados Unidos de América, país en el que hoy su vida pende de un hilo.
El secuestro de Serrano no fue llevado a cabo por delincuentes comunes, como en principio se podría creer, sino por un grupo de policías de la migración ecuatoriana en contubernio con autoridades del Ministerio de Gobierno y, lo que podría sorprender más aún, con funcionarios judiciales del Estado de Florida, que en realidad fueron quienes orquestaron todo.
¿Los motivos? Pues están descritos en Los Crímenes de Bartow, el último libro del escritor ecuatoriano Óscar Vela, una novela sin ficción que narra, a través de una prosa ágil y apasionante, el macabro asesinato de 4 personas y la serie de mentiras, ocultamientos y manipulaciones que llevaron a Nelson Serrano a ser considerado como el culpable de éstos, convirtiéndose en el prisionero más longevo en el corredor de la muerte en los Estados Unidos, ese lugar espantoso y cruel en el que sus ocupantes pasan los días en espera de ser ejecutados.
El relato de Óscar – que yo me atrevería a llamar la crónica de una infamia – nos muestra un sistema judicial torcido y lleno de prejuicios raciales y en el que lograr una condena es más importante que hacer justicia. También nos narra la incesante lucha de una familia rota, de sus abogados y del mismo autor para que se revise un proceso plagado de irregularidades y se consideren las evidencias que se ocultaron durante el juicio y que bien podrían exculpar a Serrano, mientras desnuda la aberración que constituye la pena de muerte, medida que convierte en asesinos a las víctimas.
Empiezo a pedalear de nuevo y hago votos para que Nelson Serrano no termine sus días en un cuarto en el que le será arrebatada la vida de la forma más inhumana por crímenes que, a la luz de las evidencias que se omitieron y distorsionaron en el proceso, no cometió y pueda, finalmente, volver a ver un amanecer sobre el Cotopaxi.