En la estructura del Estado, que nace en Europa a fines de las guerras de religión y las cruzadas, la diplomacia ha sido un medio fundamental y decisivo.
Requiere de prevención, oportunidad y contextualización geopolítica. Si se evalúan estos elementos en la actual crisis de la invasión rusa a Ucrania se concluye que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha sacado las mejores calificaciones. Amenazó e invadió Ucrania, neutralizó la imagen política de los Estados Unidos, develó la precariedad la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y amenazó a Suecia y Finlandia plenamente occidentales, pero que no son miembros de la mencionada Alianza.
Luego de la Guerra Fría hubo lecciones que se olvidaron. Nunca se estudió la historia de Ucrania como estado o como región de Rusia. Fue diferente a otras entidades que fueron parte de la Cortina de Hierro, pero siempre mantuvieron la categoría estatal; además, no comprendieron que Rusia tenía un déficit de salidas marítimas. Por tanto, que eran indispensables Bielorrusia y Ucrania para los fines rusos; por la buenas o por las otras.
Entonces es necesario saldar las fallas de previsión. Por ejemplo, el pacto con Alemania Nazi en 1938 cediendo Los Sudeste parece que lo suscribieron en algún “pub” inglés y no en Múnich. Cuando despertaron los nazis ya habían cruzado la frontera de Polonia. Luego de la conferencia de Yalta (cuna ciudad de Crimea) en 1945 permitieron que el ejército rojo se instalara en los países centrales de Europa y “garantice” elecciones libres.
Gracias a la belicosidad de Putin el cambio de la agenda occidental se impone con urgencia. Mientras observan con vergüenza el bombardeo de Kiev, aceptarán la neutralidad de Ucrania sin ingresar a la OTAN. En compensación, se obligarán a fortalecer los países bálticos- Letonia, Lituania y Estonia- y Polonia, así como garantizar la neutralidad de Suecia y Finlandia. Nacerá una “Guerra Tibia”