Los ciudadanos ordinarios somos apenas observadores de lo que pasa en la política y no nos creemos cuando se dice en conferencias y sesiones solemnes que antes mandaban los banqueros, la partidocracia, los medios corruptos o el imperio y que ahora manda el pueblo.
La mayoría de los ciudadanos no estamos afiliados a ningún partido político y, según las encuestas, tenemos una valoración bastante negativa de ellos. Sabemos que sin partidos políticos no funciona la democracia, que la democracia con partido único no difiere de la dictadura, que el bipartidismo conduce al gatopardismo: cambia el Gobierno pero todo sigue igual. No sabemos qué hacer con los partidos, cómo conseguir que los partidos representen a los ciudadanos.El Consejo Nacional Electoral ha cumplido uno de los papeles más tristes de todos los que le asignan las leyes, el de sepulturero de los partidos agonizantes. Es una forma de eutanasia política, un recorte de largas agonías o penurias. La vida de un partido político está en el número de afiliados y el número de electores que conquista en las elecciones, cuando no llegan al 4% del padrón, en dos elecciones consecutivas, han puesto su cabeza para que el verdugo cumpla con el rito macabro.
Lo que observamos estos días, sorprendidos, es que los agonizantes aseguran tener buena salud. Unos dicen que sin ser partidos se les aplica sanciones ajenas, otros que el mismo Consejo Electoral les ha reconocido como saludables al entregarles más de medio millón de dólares en el reparto del fondo partidista, otros que no pueden estar muertos si tienen asambleístas y funcionarios elegidos y hasta hubo un agonizante que amenazó con acudir a las organizaciones internacionales y hacer publicaciones en toda Europa y Estados Unidos, si le declaran muerto.
Para que los partidos políticos no sean muertos vivientes y evitar el canibalismo político, el Consejo Nacional Electoral debería convertirse en fuente de vida para los partidos, no en verdugo de ellos ni defensor de los intereses de un solo partido. Un organismo electoral democrático no debería aceptar la propaganda de un partido en contra de los demás tildándolos de partidocracia y atribuyéndoles todos los males; no debería impedir el ejercicio democrático de una consulta popular amparándose en formalidades, no debería estar conformado por partidarios de un partido.
Los partidos políticos deberían ser escuelas de democracia, centros de estudio de la realidad nacional, semilleros de líderes y cuadros de gobierno; si cumplieran estas condiciones no necesitarían poner como prueba de vida el haber recibido dineros del mismo juez que les declara muertos. Si cumplieran esas condiciones mínimas, podrían persuadir a la mayoría de los ciudadanos que se afilie a uno de los partidos y nadie estuviera soñando en partido único ni en el monopolio del poder político.