Cada elector tiene su candidato y sus razones para elegirlo. Algunos anticipan su voto y otros evasivamente ofrecen alguna coartada, más bien graciosa, para guardar el secreto. Yo votaré por el más viejo para que no tenga la tentación de quedarse diez años, dice uno. Yo votaré por el más joven, que no tenga todavía el virus de la política, dice otro. Yo votaré por el cantante porque es el único que puede cantar victoria, dice un tercero. Yo quería votar por el candidato del gobierno, se queja otro, pero han sido cuatro y solo tengo un voto. Yo votaré por el candidato del agua porque los demás no dan ni agua, dice alguien más. Yo iba a dar mi voto por el movimiento podemos, pero ya no podemos porque le descalificaron, dice burlón el último y todos ríen de la política.
El que más ríe y hace reír con la política es Carlos Michelena. Ahora que tantos políticos están condenados, investigados o denunciados por robar dineros públicos, se pone de actualidad su famosa gracia: si meten a la cárcel a todos los ladrones, ¿quién nos gobierna?
Dicen que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa y lo que todo político busca es acercarse a las personas. Se sabe que los presidentes de Estados Unidos siempre tenían alguien encargado de los chistes para sus discursos. Son famosos Reagan o Winston Churchill y entre nosotros, Carlos Julio Arosemena, porque utilizaban frases agudas, capaces de paralizar a sus adversarios. En cambio, los dictadores son hoscos y distantes. Hay muchos casos conocidos, también entre nosotros, de sátrapas que enjuiciaron a humoristas gráficos por alguna caricatura.
El humor, sobre todo cuando incluye la burla de sí mismo, coloca al candidato a la misma altura de los ciudadanos y puede conquistar votos. Sin embargo, puede ser terreno resbaladizo, fácilmente se puede pasar de la solemnidad al ridículo. Los apodos ilustran bien la distancia que establece el pueblo con el político. A un político ecuatoriano le decían el tonto solemne, apodo que claramente manifiesta agresividad y cierto desprecio; a otro político que usaba bigote atizado le llamaban el Dalí de Atocha, mote que expresa un humor más refinado y benevolente.
El desprestigio de la democracia aleja a los políticos de los ciudadanos y el humor se utiliza más bien como castigo y como antídoto para el miedo. Un humorista argentino y peronista, comentaba que en la campaña contra Mauricio Macri podían burlarse mucho, pero era más bien por impotencia, porque no se puede ganar con memes y con risas, se gana con votos.
Entre los candidatos inscritos para las elecciones ecuatorianas, ninguno se destaca por su sentido del humor. La política se va tornando seria, agria, solemne. Parece que el humor es más habitual cuando la gente vive con seguridad y confianza; ahora tenemos demasiados problemas y, por desgracia, la política es uno de nuestros problemas; en consecuencia, lo que le pasa al país es que la solución está en manos del problema.